XII Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo
Desde los comienzos del cristianismo estas palabras han
sido fuente de confianza de tantos y tantos fieles que han afrontado con gran
valor y fidelidad las dificultades a las que han tenido que enfrentarse a lo
largo de su vida. El modelo de tal valentía lo representan los mártires. Basta
con acceder a los testimonios de los últimos momentos de vida de muchos de
ellos para comprender la fuerza que las palabras del Evangelio de hoy han
ejercido en ellos: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden
matar el alma».
Una tarea no siempre sencilla
La liturgia anticipa el relato del Evangelio con la
lectura del libro de Jeremías. El profeta es blanco de las iras de sus
enemigos. Ante esa situación, Jeremías está convencido de que «el Señor es mi
fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes». El Señor sabe que la
misión es difícil y el anuncio de quien va en su nombre no está exento, a
menudo, de graves dificultades. Muchas veces se trata de indiferencia por parte
de los oyentes, pero, especialmente cuando se trata de presentar a las claras
la verdad del Evangelio, no es extraño que la incomodidad se convierta en
maledicencia y esta se transforme en abierta persecución.
Sin llegar necesariamente al martirio, todos sufrimos en
mayor o menor medida momentos de dificultad, debidos a nuestra condición
creyente. A veces los problemas proceden de nosotros mismos. No siempre nos
encontramos con la misma energía y preparación para responder a cuanto Dios nos
pide. La pereza o la debilidad de nuestras convicciones pueden influir en
cierta medida en nuestra vida de fe. Por otra parte, es casi ya un tópico
afirmar que la sociedad actual poco ayuda a ser fieles al camino que Dios tiene
para nosotros. Pero, precisamente por eso, Jesús nos puso al tanto de las
implicaciones del seguimiento a su persona. Si el Maestro sufría persecución,
los discípulos habían de correr la misma suerte. Se identifica, de hecho, la
condición de discípulo con la de perseguido.
Un itinerario de fidelidad
El pasaje de este domingo insiste en otra faceta
imprescindible para la vida de fe: la fidelidad. La clave del seguimiento a
Jesucristo se halla en la perseverancia ante las adversidades que nos
encontramos a lo largo de la vida. El mejor ejemplo lo tenemos en el mismo
Señor, objeto de contradicciones, que acabó en la cruz. Las pruebas de la vida
no nos deben desalentar. En primer lugar, debemos ser comprensivos con nosotros
mismos: la condición humana está sujeta a la debilidad, como hemos señalado, lo
cual resta ímpetu a la hora de colaborar en la misión de evangelización. En
segundo lugar, hemos de ser conscientes de que la Iglesia promueve un
mensaje que no siempre se adapta a los intereses y valores apreciados por el
mundo. Así pues, no hemos de escondernos ante el anuncio de Cristo. Con
frecuencia la vida del cristiano no será aparente. Sin embargo, el trabajo
oculto con los pequeños y quienes necesitan una palabra de aliento, cuando se realiza
cumpliendo el mandato misionero del Señor, goza del mismo Cristo como valedor
ante el Padre.
Así pues, el verdadero freno a que la misión
evangelizadora se realice con fluidez no son las dificultades internas o
externas que pueden presentarse en nuestro camino, sino la cobardía y la
infidelidad. Ante esas tentaciones, el itinerario es alimentar nuestra fe de un
modo más fuerte a través de la vida de la Iglesia , con todo lo que ello implica. La escucha
asidua de la Palabra
de Dios, la celebración de los sacramentos y la puesta en práctica de la
caridad fraterna son algunos de los medios que contribuyen a ser fieles y
valientes en el día a día.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No tengáis
miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse;
ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad,
decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No
tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No;
temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se
venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al
suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la
cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; valéis más vosotros que
muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me
declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante
los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».
Mateo 10, 26-33