Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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viernes, 28 de abril de 2017

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

III Domingo de Pascua (ciclo A)
Emaús: de la decepción a la alegría

La resurrección del Señor va más allá de ser un acontecimiento único en la historia. La victoria de Cristo sobre la muerte tiene consecuencias para nuestra vida. Dicho de otra manera, Jesús no resucitó solo para Él. Este domingo se incide en uno de los frutos de la resurrección: la alegría. El episodio de los discípulos de Emaús nos refiere algo con lo que podemos identificarnos: tener ilusión por algo. Al igual que para realizar actividades en la vida cotidiana necesitamos un aliciente, el nacimiento y la extensión de la Iglesia también están en relación con la alegría de los discípulos. Se nos habla de una conversión a la alegría. Con frecuencia, al hablar de conversión se piensa únicamente en su aspecto arduo, de desprendimiento y de renuncia. Sin embargo, la conversión cristiana es ante todo pasar de la tristeza a la alegría.

Emaús y nosotros
Es necesario hacerse cargo por un instante de la situación que vivían estas personas, que habían acompañado a Jesús durante cierto tiempo. Tras haber visto al Señor crucificado y abandonado, se alejaban de Jerusalén completamente decepcionadas. También nosotros podemos tender a alejarnos del lugar de la muerte y de la resurrección de Cristo. Cuando se nos presenta el dolor, el sufrimiento, la injusticia y el miedo podemos hacer a Dios, en cierta medida, responsable del mismo y huir de él. A menudo decimos, como estos discípulos: «Nosotros esperábamos que él [nos] iba a liberar…» de todo lo que nos aflige. Con la forma verbal «esperábamos» estamos diciendo que hemos perdido cualquier esperanza. Y esto es dramático, tanto si se produce de forma individual como social. ¿Qué salida hay a esta situación? El camino que propone el Evangelio es tan sencillo como revivir la experiencia de los discípulos de Emaús: necesitamos aprender de la enseñanza de Jesús, escuchándola y leyéndola a la luz del misterio pascual, para que inflame nuestro corazón, aporte luz a nuestra mente y, de este modo, seamos capaces de dar sentido a todo lo que nos ocurre.

La Eucaristía y el testimonio
Es preciso sentarse a la mesa con el Señor. No es casualidad que este pasaje contenga la estructura de la celebración eucarística. En la primera parte de la Misa escuchamos la Palabra de Dios a través de la lectura de la Sagrada Escritura; en la segunda, se realiza la liturgia eucarística y la comunión con Cristo, presente en el sacramento de su cuerpo y de su sangre.
El siguiente paso que dan los discípulos es volverse a Jerusalén. Sienten la necesidad de contar la gran experiencia del encuentro con Jesús vivo. Cuando uno tiene gran ilusión por algo tiende a comunicarlo a los demás. Y este es el fundamento de la evangelización: un acontecimiento que cambia la vida y que tengo necesidad de comunicar a los demás. Solo así se puede ser testigo. El volver a Jerusalén implica la conversión a la vida comunitaria. Jerusalén es el lugar donde se encontraban reunidos los once. El desánimo les ha llevado a alejarse de la comunidad y a continuar su vida de manera independiente. Estos discípulos comprenden, tras el encuentro con el Señor, que no es posible vivir la fe de manera solitaria.


  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid




Evangelio

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Lucas 24, 13-35