Domingo de Ramos (ciclo
A)
Entregado por nosotros
Escuchar al comienzo de la Semana Santa el
relato de la Pasión
es una manera de introducirnos en lo que supone el Misterio Pascual de Cristo
y, de este modo, ahondar en el método que Dios escogió para llevar al cabo la
salvación del hombre. Para el cristiano, que confiesa a Jesucristo resucitado y
glorioso, los episodios de sufrimiento no pueden ser desligados nunca de la
victoria definitiva de Cristo sobre el pecado y la muerte. Esto tiene sus
consecuencias a la hora de analizar cómo Dios nos salva actualmente en la vida
de la Iglesia. La
eficacia de la gracia que recibimos mediante la recepción de los sacramentos no
procede únicamente del dolor y del sufrimiento del Señor, sino de toda su
acción sacerdotal, que comienza en su Encarnación y culmina con la Resurrección y
Ascensión. Precisamente, en el versículo antes del Evangelio encontramos la
vinculación entre el abajamiento y la gloria: «Cristo se ha hecho por nosotros
obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre
todo y le concedió el Nombresobre-todo-nombre».
La solidaridad con los hombres
Por otra parte, Jesús es consciente de que su vida es
entregada a sus hermanos como un don. Este es el sentido de que poco antes
instituyera la Eucaristía ,
como anticipo de lo que iba a ocurrir. La Pasión no es solo una oportunidad para ver el
sufrimiento de Jesús. Es, más bien, una ocasión para constatar hasta dónde
llega su entrega por los hombres.
Y precisamente aquí es donde se comprende el significado
profundo de la palabra solidaridad. Normalmente señala la adhesión
circunstancial a una causa ajena. Cuando decimos que Jesús se solidariza con el
hombre no significa únicamente que nos comprende y apoya, sino que ha llevado
esta palabra a su dimensión más radical, haciéndose por completo uno de nosotros,
al lado del que más sufre, aceptando un destino humano lleno de dificultades y
de humillaciones. Por eso «se dignó padecer por los impíos y ser condenado
injustamente en lugar de los malhechores», como señala la plegaria eucarística.
No obstante, el mismo relato de la Pasión presagia la victoria
definitiva del Señor, «sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las
nubes del cielo». El que hoy es aclamado como rey, será crucificado como rey y
vencerá como tal.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
[...] Jesús compareció ante el gobernador, quien le
preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús respondió: «Tú lo dices».
Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los
ancianos. Pilato le dijo: «¿No oyes todo lo que dicen contra ti?». Pero él no
le respondió nada, hasta el punto de que el gobernador se quedó muy extrañado.
Por la fiesta el gobernador solía conceder al pueblo la libertad de un preso,
el que ellos quisieran. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás.
Pilato preguntó a todos los que estaban allí: «¿A quién queréis que os deje en
libertad? ¿A Barrabás o a Jesús, a quien llaman el mesías?». [...] Pero los
sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente de que pidieran la
libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. [...] Pilato les dijo: «¿Qué haré
entonces con Jesús, a quien llaman el mesías?». Todos dijeron: «¡Que lo
crucifiquen!». Él replicó: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más
fuerte: «¡Que lo crucifiquen!». [...] Entonces puso en libertad a Barrabás y
les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado. Luego los
soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno de él
a toda la tropa. Lo desnudaron, le vistieron una túnica de púrpura, trenzaron
una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano
derecha; y, arrodillándose delante, se burlaban de él, diciendo: «¡Viva el rey
de los judíos!». Le escupían y le pegaban con la caña en la cabeza. Después de
haberse burlado de él, le quitaron la túnica, le pusieron sus ropas y lo
llevaron a crucificar. Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene,
llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado
Gólgota (que significa la
Calavera ) dieron de beber a Jesús vino mezclado con hiel;
pero él lo probó y no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron
sus vestidos a suertes. Y se sentaron allí para custodiarlo. Sobre su cabeza
pusieron la causa de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Con él
crucificaron a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que
pasaban por allí le insultaban moviendo la cabeza y diciendo: «¡Tú que
destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo si eres
hijo de Dios, y baja de la cruz!». [...] Desde el mediodía se oscureció toda la
tierra hasta las tres de la tarde. Hacia las tres de la tarde Jesús gritó con
fuerte voz: Elí, Elí, lemá sabactani? (que quiere decir: «Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?»). Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
«¡Este llama a Elías!». En aquel momento uno de ellos fue corriendo a buscar
una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le dio de beber. Los
otros decían: «¡Deja! A ver si viene Elías a salvarlo». Y Jesús, dando de nuevo
un fuerte grito, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba
abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los
sepulcros y muchos cuerpos de santos que estaban muertos resucitaron. [...]
Mateo 27, 11-54