Domingo de Pascua de
Resurrección (ciclo A)
El primer día de la semana
Con estas palabras comienza el pasaje del Evangelio que
hoy tenemos ante nosotros. Esta referencia temporal, aparentemente sin
demasiada importancia, tiene gran interés en la historia de la salvación. Hoy
la referencia al tiempo no aparece exclusivamente en el Evangelio. Toda la
celebración litúrgica se centra en la importancia del día. «Oh Dios, que en
este día, vencida la muerte, nos has abierto las puertas de la eternidad»,
escuchamos en la oración inicial de la Misa. Igualmente ,
en la plegaria eucarística, la oración central de la celebración de la Misa , leemos «en este día
glorioso». En cuanto a los textos bíblicos, el salmo responsorial canta: «este
es el día que hizo el Señor». ¿De qué día se trata? La respuesta es obvia, pero
sus consecuencias merecen ser explicadas.
El primer día de la semana es el domingo, que en nuestro
entorno lingüístico toma su nombre dedominica, que, a su vez, procede
de dominus, que significa Señor. Por lo tanto, domingo significa
etimológicamente día del Señor. Y este es el día en el que el Señor
resucitó. Históricamente se reconocía a los cristianos desde la época
apostólica por el hecho de reunirse en el día del sol –que era
como llamaban los romanos al primer día de la semana– para celebrar la Eucaristía. Más
adelante se subrayó un domingo al año, el día de Pascua, como el domingo
principal, a partir del cual surgiría la Cuaresma como tiempo preparatorio y el tiempo
pascual como prolongación. Pero este «día», este «hoy», se refiere también a
cada vez que nosotros celebramos la
Pascua del Señor. A través de la celebración eucarística se
hace presente de nuevo la victoria de Cristo sobre la muerte.
El día primero es también cuando Dios comenzó su obra
creadora. Así lo leemos en la primera lectura de la Vigilia Pascual.
De esta manera, la liturgia recoge la vinculación que desde antiguo la Tradición de la Iglesia ha visto entre la
primera creación y la nueva creación.
El sepulcro vacío
El pasaje de este domingo sitúa la escena en torno al
sepulcro donde había sido depositado el Señor al amanecer del domingo. El
fragmento busca destacar el carácter sorpresivo de lo que ha ocurrido. No
comprenden lo sucedido. Así lo expresan las palabras de María Magdalena, cuando
dice: «se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Es interesante detenernos en los movimientos de Juan. El discípulo a quien
Jesús amaba llega antes a la tumba y, probablemente por respeto a Pedro, no
pasa en primer lugar. Sin embargo, cuando entra, dice el Evangelio que «vio y
creyó». Con ello el evangelista constata que la fe procede de la realidad. Si
ha creído es porque ha percibido algo. Ha visto el signo del sepulcro vacío,
así como los lienzos y el sudario con el que Jesús había sido cubierto. Juan
comprende que el cuerpo de Jesús no ha sido robado, sino que Jesús vive, que no
está ya muerto. En un instante ha entendido el acontecimiento fundamental de la
historia.
Llamados a una vida nueva
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al
sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del
sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a
quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del
sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro;
se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos
tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el
sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la
cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró
también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y
creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura : que él había
de resucitar de entre los muertos.
Juan 20, 1-9