Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

lunes, 4 de mayo de 2015

Ha fallecido nuestro N. H. D. Uberto Piñán Rodríguez, Medalla de Oro de nuestra Hermandad y Hermano Mayor en funciones en 1980

En el fallecimiento del cofrade ejemplar, Hermano Mayor en funciones en 1980, miembro de distintas Juntas de Gobierno y Medalla de Oro de las Cinco Llagas Uberto Piñán Rodríguez

Necrológica escrita por Marco A. Velo

Uberto fue –a no dudarlo-, además de la tácita autoridad de la Medalla de Oro de la Hermandad que in illo tempore campeaba sobre su pecho de gimnasta olímpico, un hermano queridísimo y apreciado –de veras apreciado- por todos: por los de acá y por los de acullá. Por los de entonces y por los de hoy. Por los de antaño y por los de hogaño. Su inquebrantable simpatía, la locuaz espontaneidad que destellaba a mansalva, el ingenio afilado, su don de gentes, su optimismo inalterable y, sobre todo, el alto concepto –la asignatura troncal- del intacto y nunca desmesurado ni desmedido ni demediado servicio institucional a la Hermandad –como lema, como modus operandi, como rúbrica, como filosofía existencial-, a la que se entregó de lleno y a la que quiso con todos los resortes del alma, retrataron genuinamente durante más de seis décadas el prototipo y el paradigma de un cofrade cristiano que siempre respetó con esciente fraternidad a la práctica totalidad de sus hermanos y asimismo apoyaría incondicionalmente –sin quebraduras, sin fisuras, sin rasgaduras- a los Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno de esta corporación nazarena de tantísimos –para él- sentimientos encendidos. Tan profundos y profusos como la casa poética de Luis Rosales.
Vistió la túnica blanca por encima –y a través- de fechas, modismos, mediocridades y coyunturas ajenas hasta que, alcanzados los ochenta y tantos años de edad, ya las fuerzas musculares y los achaques de marras quebraron -¿mermaron?- su resistencia y su capacidad física para concluir la estación penitencial. Uberto sí entendía y somatizaba el sentido trascendental de saberse penitente de la luz. Sin faltar ninguna Madrugada Santa. Ninguna. No concebía ni por asomo la Semana Santa desertando del esparto ajustado a la cintura y del antifaz cristalizando la férula del anonimato. Muchos nazarenos silentes, compungidos, recuerdan/recordamos cómo Uberto Piñán lloró desconsoladamente –las manos temblorosas agarradas al soporte de un palco vacante de la calle Larga- cuando aquel primer aciago año (separado por prescripción médica del santo hábito nazareno) observaba -impotente, nostálgico, adolorido, las entrañas latientes, la mirada lagrimosa- el transitar de la cofradía desde el desierto de arena, desde las tierras movedizas, desde la parálisis de las aceras. Desgajado, arrancado, descarnado de sopetón, por las bravas y casi en volandas, de la carne de su sempiterno testimonio cofradiero. ¿Alguna estampa más impensable, más improbable, más atípica y más inacostumbrada que la de Uberto Piñán de paisano cuando el fulgor de la Luna de Nisán anuncia la semántica del lenguaje de un silencio antiguo como la sierpe de la corona de espinos incrustada en el cráneo vivo de Jesús? ¿Se sintió, de súbito, stricto sensu, culpable de una innegociable deserción para la que su maltrecha salud se impuso categóricamente –inclementemente- a los requerimientos de la voluntad?
Uberto, un clásico de San Francisco. Quiso negarse a sí mismo, hacerse menguante ante la grandeza del instituto cofradiero. Contrario de polemistas desprovistos de obras. Constructor y constructivo. Leal y legal. Gestor y mentor. Ángel y custodio. "A la Hermandad, al Hermano Mayor y la Junta de Gobierno hay que respaldarlos y apoyarlos siempre”, espetaba a diestro y siniestro. Lo propugnaba a pies juntillas el hermano número 3 del censo de hermanos. Porque a mayor abundamiento predicó con el escaparate de cristal mate de las acciones propias. Jamás solicitó ni de soslayo el mínimo reconocimiento, la más lacónica apología.
Uberto o las confesiones de San Agustín: “Pues Cristo es nuestro verdadero mediador”. Uberto o las razones de José Luis Martín Descalzo: “La realidad es más ancha que nosotros”. Uberto o ‘El divino impaciente de José María Pemán: “No hay virtud más eminente que el hacer, sencillamente, lo que tenemos que hacer”. Uberto o la inalterable y espartana asistencia e incluso persistencia -¡menudo ejemplo el suyo!- a las representaciones corporativas de la Hermandad en las procesiones anuales del Corpus y la Merced. Siendo ya nonagenario, Uberto siguió acudiendo puntual a estas obligaciones estatutarias. Y a los cultos de su Hermandad, al Quinario de la semana de septuagésima y al Triduo de la Esperanza. Y a las solemnes ceremonias de besamanos. Y a la comunión diaria. Miembro de Junta desde la época de Enrique Fernández de Bobadilla –mediados de los cincuenta-, presidió la Hermandad en calidad de Hermano Mayor en funciones en el año 1980. Tembló como un párvulo cuando recibió de voz y manos de quien suscribe en mi calidad de Hermano Mayor –primeros años de la década del dos mil- el homenaje merecidísimo de cofrade cincuentenario. Dejad que los niños de casi noventa años se acerquen a mí.
Siempre fortalecido y ágil físicamente –un fenómeno, un crack, jugando a los bolos casi hasta el epílogo de sus días-, recorriendo de este a oeste la longitud de la ciudad en unas larguísimas paseatas –a ritmo de atleta, a paso de agua- de aquel caballero cuya edad mental jamás se ajustó con la tipificada en el DNI. De un tiempo a esta parte, la distinguida sonrisa dibujada a lo ancho del rostro, el tono de voz de montañés a la antigua usanza, el humor refinado de los leoneses, confesaba que si bien parecía un acróbata de cara a la galería, “la maquinaría interior necesita ya una restauración grande en cualquier taller de reparaciones”.
Ha fallecido, a los noventa y siete años de edad, como el héroe sabio que hubo de alcanzar y sustantivar múltiplemente las metas de la dignidad personal. Uberto, ahora, rebosa felicidad. Porque ha sido amortajado por el antiguo Hermano Mayor Francisco Barra con su vestidura preferida, con el santo hábito de la Hermandad de las Cinco Llagas, con la túnica por la que ya jamás Uberto llorará apoyado –derrumbado emocionalmente- en el frontal de un palco vacío como la tristeza de una Madrugada sin capirote sobre las sienes. Ha marchado hacia el Señor de la Vía-Crucis en una presidencia de nazarenos blancos que, varas en mano, de repente también la forman Manuel Martínez Arce, Manolito Guerrero Ramos, Francisco Vilches Calvo, Juan Peña Tejero…


Post scriptum: El funeral se celebrará mañana martes, a las once de la mañana, en la Iglesia de Santo Domingo.