Solemnidad
de la Ascensión
del Señor
¿Condenado?
El
tiempo de Pascua es una constante invitación a la alegría verdadera, la que se
recibe de lo alto, a pesar de las dificultades que nos vienen desde abajo. La Iglesia nos contagia la
alegría que ella vive por el Señor resucitado, triunfador del pecado y de la
muerte. El mundo estalla de alegría ante la incomparable buena noticia de la
victoria del Amor creador. La alegría pascual no es intimista ni privada. Es
para todos. Es una alegría pública y para ser publicada: «Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación». Quien se ha encontrado con el
Resucitado no puede estarse quieto con su gozo. Se convierte, de uno u otro
modo, en misionero.
Pero
Jesús advierte a sus enviados de algo nada fácil de oír: «El que crea y se
bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado». ¿Condenado? Es
una palabra que no se oye demasiado en la predicación de nuestros días. Resulta
difícil de pronunciar por diversos motivos. No parece de buen tono hablar de
culpa y de castigo. Porque en nuestra época hay una tendencia a la exculpación
universal. Nadie sería realmente culpable de nada. Siempre habría alguna
justificación: el mal no radicaría nunca en la persona, sino en la educación,
la sociedad, la necesidad, la perturbación mental o la presión ambiental. En
cualquier cosa, menos en la libertad de la persona, cuyas elecciones tienden a
ser tenidas siempre por buenas, excepto en algunos temas de moda que funcionan
como chivos expiatorios.
Además,
la bondad infinita de Dios, es entendida a veces como indiferencia absoluta
frente al mal y al pecado. A Jesús se le pinta, con cierta frecuencia, como un
dulzón predicador del amor, que jamás habría advertido de las consecuencias del
mal moral ni las habría sufrido en su propia carne. A Dios Padre se le entiende
como uno de esos padres que han renunciado a la autoridad en aras de una
complicidad con cierta adolescencia permanente incapaz de reconocer la realidad
de las cosas y de aceptarla. Sin embargo, Jesús también habla de la posibilidad
de la perdición eterna. La recuerda precisamente en el momento solemne en el
que envía a los suyos a predicar el Evangelio a todo el mundo, poco antes de
ascender al cielo. Porque en ese momento se anuncia también que el Señor volverá
para juzgar. Toda la actividad del hombre en el mundo queda situada así entre
la misión inaugurada por el Resucitado y la vuelta de este para recoger los
frutos.
Es
verdad que la Iglesia
no proclama la condenación de nadie. En cambio, sí define que podemos estar
ciertos de la salvación y de la gloria de muchos: al menos, de todos los
mártires y santos. Es cierto que Dios quiere que todos se salven. Pero también
es verdad que la Iglesia ,
siguiendo la enseñanza del Señor, advierte de la posibilidad de la condenación
eterna de quienes se resistan a creer y actúen contra la justicia. Tampoco éste
es un mensaje pesimista. Al contrario, la justicia divina es la única esperanza
de que los verdugos y los desalmados no triunfen definitivamente sobre sus
víctimas inocentes y sobre los débiles de este mundo. Dios nos ha creado para la Gloria , verdaderamente
libres.
+ Juan Antonio Martínez Camino
Evangelio
En
aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once, y les dijo:
«Id
al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se
bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. A los que
crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán
lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal,
no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos».
El
Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de
Dios.
Ellos
fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con
ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban.
Marcos 16, 15-20