Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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domingo, 10 de mayo de 2015

Evangelio y comentario

Sexto Domingo de Pascua
Mi alegría, en vosotros

Dicen que la alegría cuesta más que la melancolía o la tristeza. La verdad es que la vida y el mundo están llenos de situaciones difíciles y de acontecimientos dramáticos. No hace falta evocar aquí las peleas familiares, los conflictos sociales o las guerras que rompen los pueblos. Tampoco es necesario recordar los dramas personales de quienes pierden a seres queridos o son visitados por enfermedades o desgracias diversas. Con frecuencia parece que los telediarios y la prensa no tuvieran otras cosas que contar.
La alegría no es fácil. No sé si más a causa de lo que pasa en el mundo o de lo que pasa por nuestra cabeza y nuestro corazón. ¿Quién no se ha sorprendido alguna vez triste o pesaroso por causa del éxito ajeno? ¿Quién no se ha visto calculando con el ceño fruncido lo bien que les va a los demás tan fácilmente y lo poco que, al parecer, le rinden a uno los muchos esfuerzos? ¿Quién no se ha sentido tentado de declararse abandonado por la suerte y de entregarse al resentimiento o, al menos, a esa actitud del ir tirando que ahora llaman algunos el pasotismo?
No, la alegría no es fácil. Y, sin embargo, ¡cuánto la deseamos y cómo la buscamos! A veces, a cualquier precio y por cualquier medio. Para eso están las pantallas de los televisores y de los nuevos aparatos interactivos. Para eso están las viejas drogas, desde el alcohol a otras que se han difundido entre nosotros en las últimas décadas y que han hecho el agosto entre jóvenes y no tan jóvenes. Para eso están las relaciones humanas de todo tipo –incluidas, por supuesto, las más íntimas– usadas como puro medio para el fin supremo de generar ese producto tan preciado, que es la alegría.
Pero, claro, la alegría verdadera no es fácil ni barata. Pareciera que cuanto más se trata de alcanzarla, más huye de nosotros. ¿Será que nadie la puede tener como mero producto de sus esfuerzos y de sus planes? ¿Será que es ella un regalo del Cielo que, propiamente, no es de este mundo?
«Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud». Jesús parece suponer que sí hay alegría de este mundo. Ésa, por ejemplo, que experimentan un padre o una madre cuando ven a su hijo dar los primeros pasos y echar las primeras carreras. ¡Claro que hay alegrías en este mundo, creación buena de Dios! ¡Hay muchas! Pero, al final, van siempre rodeadas de penas. Por eso hay tanta alegría fingida y falsa. Por eso, tanta tristeza y tanto hastío de vivir. Las alegrías del mundo necesitan alimentarse, purificarse y sublimarse en la alegría del Cielo, que es la de Jesús.
Es la alegría de la Vida divina, la del poder del Amor creador. Es la alegría que no se hace, la que el ser humano recibe al saberse conocido y querido, buscado y elegido por aquel poder, por Dios. Es la alegría más fuerte que toda desgracia, más fuerte que la muerte. Es una alegría espiritual que no sólo es compatible con el sufrimiento, sino que se intensifica con el sacrificio voluntario y con la entrega de la vida. Es aquella de la que escribía santa Teresa: «… que tan alta Vida espero, que muero porque no muero».

+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid





Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis frutos, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».


Juan 15, 9-17