Domingo de Ramos
¿Por qué?
Sólo
el Evangelio de Marcos, y con él Mateo, trae aquellas tremendas palabras
de Jesús, dichas poco antes de morir en la cruz: «¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué
me has abandonado?» Algunos copistas no se atrevieron a reproducirlas en sus
papiros. Marcos, en cambio, las había conservado incluso en arameo, el idioma
en que las pronunció el Señor: «Eloí,
Eloí, lamá?» En esta lengua resonarán también en todas las iglesias
del mundo el domingo próximo, cuando se dé lectura a la historia de la Pasión en la Misa con la que se puede
decir que comienza la
Semana Santa , después de la procesión de los ramos.
Romano
Guardini, en su gran libro El Señor, sostiene una idea
bastante original, pero muy bien fundamentada. Dice que Jesús no vino a morir
en la cruz, como un fracasado más entre los que han pretendido cambiar el
mundo. El Padre envió a su Hijo para que fuera escuchado en su llamada a la
conversión y para inaugurar así el reino de Dios en este mundo. No podemos
pensar que Jesús creyera que sus palabras y sus signos no eran más que una
farsa ineficaz, un mero trámite formal para pasar a la Pasión y a la muerte.
Esperaba que lo creyeran y lo siguieran. Si hubiera sido así, no lo habrían
crucificado. Entonces, la entrega del Hijo a su misión escatológica habría
abierto paso a una era de paz completamente nueva, gracias a que Dios reinaría
en los corazones de los hombres y en la sociedad humana. Pero el enemigo de
Dios y del hombre opuso feroz resistencia y la colaboración humana con la
acción divina falló. No lo creyó casi nadie: ni los dirigentes, ni la gente.
Sólo su Madre, la nueva Eva, lo iba a acompañar con verdadera fe hasta la cruz.
Por eso, la entrega de Jesús a su misión tuvo que convertirse en oblación de
sacrificio. Porque Dios estaba dispuesto a llevar adelante la implantación de
su Reino a cualquier precio, incluso al precio de la sangre de su Hijo. El
reino de Dios no vino en vida de Jesús, como éste habría previsto en un
principio, pero desde entonces está viniendo de la cruz gloriosa del Señor.
Claro
que ese tuvo que, esa necesidad
divina del sacrificio encierra un misterio insondable. Tanto, que el hombre
Jesús, clavado en la cruz –sin que ello comprometiera en absoluto su unión de
Hijo eterno con el Padre de la misericordia–, deja asomar a sus labios
cuarteados y ensangrentados aquella pregunta angustiosa: ¿Por
qué? ¿Por qué me has abandonado?
Dios
Padre abandonó a su Hijo en la muerte. Quiso acompañar al pecador hasta lo más
lejos adonde éste se había separado de Dios. Así realiza el Creador su
omnipotencia de modo supremo. Así es como le es posible al poder infinito del
Amor unir la justicia con la misericordia. Sufriendo Él mismo el justo castigo
del pecado: la muerte. Pero, de ese modo, la muerte ha perdido su aguijón. La
muerte está muerta. Porque el Hijo, que ha sufrido la muerte con y por
nosotros, pecadores, no fue abandonado para siempre: ha sido levantado de entre
los muertos por el poder de Dios, para que también nosotros, si morimos con Él,
podamos resucitar a la Vida
eterna.
+ Juan Antonio Martínez
Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
…Era
media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba
escrito:
«El
rey de los judíos».
Crucificaron
con Él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo
consideraron como un malhechor». Los que pasaban lo injuriaban, meneando la
cabeza y diciendo: «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en
tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz».
Los sumos
sacerdotes se burlaban también de Él diciendo: «A otros ha salvado y a sí mismo
no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz,
para que lo veamos y creamos». También los que estaban crucificados con Él lo
insultaban.
Al llegar
el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la
media tarde, Jesús clamó con voz potente:
«Eloí, Eloí, lamá sabactaní (que significa: Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado)».
Algunos
de los presentes, al oírlo, decían: «Mira, está llamando a Elías». Y uno echó a
correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de
beber diciendo: «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».
Y
Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
El
velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba
enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Realmente este hombre era Hijo de
Dios».
Al anochecer, como era el día de la Preparación , víspera
del sábado, vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el
reino de Dios; se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Informado
por el centurión, Pilato se lo concedió.
Marcos 14, 1-15, 47