Domingo de Resurrección
¡Ha resucitado!
La
muerte está hoy más presente que nunca en nuestras vidas. Pero casi sólo en las
pantallas de los televisores o de los móviles. Los medios nos sirven sin
descanso accidentes, atentados, guerras, degollamientos, crímenes familiares y
también las muertes de los famosos. Así, el morir tiende a ser considerado como
algo lejano, cuando no como una ficción que no va con nosotros. En cambio, a
los niños no se les permite ver a los abuelos que han fallecido –casi siempre fuera
de casa– y si preguntan por ellos, con frecuencia se les responde con evasivas
que ocultan la verdad. No hace mucho, oí con asombro a un locutor, de cierta
emisora de la que menos lo hubiera esperado, quejarse enérgicamente de que se
llevara a los pequeños a la iglesia para asistir a los funerales de los
mayores, sobre todo si se oficiaban ante el féretro.
La
resurrección de Cristo y las mujeres en la tumba, de Fray Angélico. Convento de
San Marcos, Florencia
Si
los niños no son educados para afrontar la muerte, tampoco lo son para afrontar
la vida. Vivir huyendo del horizonte del morir es vivir en la falsedad, no es
vivir honestamente. De ahí se derivan tantas anomalías espirituales de las que
la violencia, el egoísmo, el fracaso del entendimiento y de la concordia sacan
provecho mortal. Porque el peso de vivir no se puede llevar con garbo sin la
esperanza de que la última palabra no sea de la muerte. Esto último cae fuera
de los poderes humanos, a pesar de ciertos juegos supuestamente científicos de búsqueda
de la inmortalidad. Por eso, hay tantos que no quieren mirar a la muerte de
cara y se engañan ante las pantallas echándola lejos.
La
enorme piedra del sepulcro de Cristo no podía ser removida por las mujeres que
iban de mañana a embalsamar su cadáver. Es la piedra que simboliza la
impotencia humana frente a la muerte. Los varones eran aún más incapaces.
Habían puesto tierra por medio.
Pero
hay un poder capaz de mover esa piedra: el que puede llamar a los muertos a la
vida, porque antes ha llamado al ser a lo que no existía. ¡Dios ha resucitado a
Jesús el Nazareno! ¡La nueva creación está en marcha! ¡Es posible mirar de cara
a la muerte! Jesucristo, el que había sido crucificado, vive. El anuncio de su
resurrección es la noticia mejor de la Historia. Es verdad que el deseo de la
inmortalidad anida en el corazón del ser humano y que todas las culturas le han
dado expresión de alguna manera. Aunque también es verdad que es un deseo tan
enorme que, paradójicamente, ha acabado por ser sofocado por la cultura pública
occidental que nos domina, tan escéptica y t an supuestamente realista y
pragmática. Pero la noticia de la
Pascua se ha introducido en las venas de la Historia como un
revulsivo permanente. La luz de la noche santa que vio a Jesús abandonar el sepulcro
no se extinguirá jamás en el espíritu y en la historia de los hombres. No
tengamos miedo de la luz. No tenemos por qué andar huyendo de la muerte.
Podemos dar crédito al eco de la transfiguración de nuestros cuerpos mortales
que resuena en lo hondo de nuestras almas. Es menos realista creer a los sacan
partido de la cultura de la muerte. Somos libres. Eduquemos a nuestros hijos
para la libertad.
¡Feliz
Pascua de Resurrección!
+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, María
Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar
a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al
sepulcro. Y se decían unas a otras:
«¿Quién nos correrá la
piedra a la entrada del sepulcro?»
Al mirar, vieron que la
piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y
vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él
les dijo:
«No os asustéis. ¿Buscáis a
Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio
donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por
delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo ».
Salieron corriendo del
sepulcro, temblando de espanto. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que
tenían.
Marcos
16, 1-8