Cuarto Domingo de Pascua
Pastor con poder
Andar
como ovejas sin pastor es una de las muchas expresiones
estereotipadas que nuestra lengua ha tomado de la tradición bíblica. Con ese
dicho nos referimos a las personas desorientadas, que van por la vida sin saber
muy bien a dónde ni para qué. Entendemos perfectamente la expresión, pero
cuando la usamos apenas si caemos en la cuenta de su origen evangélico.
Nos
cuesta más entendernos a nosotros mismos como ovejas de un rebaño necesitado de
un pastor. En nuestro estilo de vida actual, no tenemos experiencia cercana y
propia de lo que un pastor significa para la supervivencia de las ovejas.
Además, a nosotros, que nos gusta tenernos por emancipados e ilustrados,
tampoco nos hace ninguna gracia que se nos compare con un animal tan gregario y
con fama de poco inteligente.
Con
todo, no deja de resultar interpelante que Jesucristo se compare a sí mismo con
un auténtico pastor, capaz de dar la vida por sus ovejas. Apacentar de verdad a
su rebaño, puede costarle serios disgustos al pastor bueno: inclemencias del
tiempo, accidentes en la montaña, ataques de ladrones o de alimañas y, con mala
suerte, hasta la vida. El de pastor es un oficio duro, un trabajo de intemperie
y de sobresaltos. Pero es un trabajo que, aun hoy, sigue siendo necesario en
muchos lugares.
Más
necesario, sin comparación alguna, es el oficio del Buen Pastor por excelencia.
Sin Él, nuestra mente y nuestro corazón no serían capaces de reconocer el
objeto verdadero de sus ideas y de sus deseos; sin Él, nuestros pasos no
dispondrían de un camino seguro hacia la Vida ; sin el Buen Pastor, andaríamos
definitivamente como ovejas sin pastor.
El
pastoreo de Cristo es infinitamente más necesario y duro que el de cualquier
otro pastor. Pero es el oficio de un Pastor con poder, con infinito poder:
«Tengo poder para entregar la vida y para recuperarla».
Es el
poder divino del Señor. No se trata, ni mucho menos, de la capacidad menguada
de un asalariado, de alguien que tiene que preocuparse más de sí mismo que de
las ovejas. Eso nos pasa a los que nos creemos emancipados e ilustrados. Nunca
podemos llegar a creérnoslo del todo y, por eso, siempre tenemos que emplearnos
en lo nuestro más y más. El Buen Pastor no tiene que preocuparse de sí mismo.
Él es Dios. Él tiene el poder. El único verdadero poder. Por eso puede y quiere
dar la vida para recuperarla en favor de sus ovejas, tan gregarias y tan
pobretonas; para darles vida, libertad y luz divinas.
Lo
malo de los pastores asalariados, de los pastores al uso, a quienes, en
realidad, no necesitamos para nada, es que carecen de poder verdadero. ¡Qué
grande es haber encontrado al único Pastor con poder divino! ¡Él va delante de
nosotros, con el cayado de su cruz gloriosa, para conducirnos a los pastos de la Vida eterna!
+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
En
aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:
«Yo
soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado,
que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas
y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le
importan las ovejas.
Yo
soy el Buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el
Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo,
además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que
traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso, me
ama el Padre: porque yo entrego mi vida, para poder recuperarla. Nadie me la
quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo
poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre».
Juan 10, 11-18