¿Y esos
milagros que realizan tus manos?
Cuánto bien
hizo el Señor con sus manos en su vida. Manos fuertes y bendecidoras. Manos del
mejor médico de los cuerpos y de las almas. Manos que abrazaban la cruz.
Hoy meditamos en
esas Sagradas Cinco Llagas donde encontramos ese refugio.
Y hoy las
contemplamos como fuente de sanación y de perdón. Todos necesitamos ser sanados
en lo más hondo de nuestro corazón.
Muchos
cristianos piensan y dicen “yo tengo pecado, no necesito confesarme”, ignorando
toda la Teología católica del mal y del pecado. La concupiscencia nos hace tender
al pecado. Lo sufrimos como una enfermedad.
El Señor cura a
todos con una sanación que va más allá de la curación física: cura sus almas (“tus
pecados te son perdonados”).
Tan terrible ha
de ser el pecado para que Jesús los perdone…
Los padres de
la Iglesia nos enseñan que estas curaciones físicas de Jesús son signos del
peor mal que podemos sufrir: el pecado, que es una enfermedad mucho peor que
cualquier enfermedad física. Viven en pecado sin preocuparse de reconciliarse con
la Iglesia y con Dios.
San Juan de
Ávila nos invita a meternos en las Llagas de Cristo y a meditar.
Buen abogado
tenemos.
Quizás aquí
haya alguno que esté en pecado o no ha conocido a Dios en toda su vida.
El Señor nos
espera para darnos su perdón y su misericordia. Metámonos en las Llagas de Cristo.
San Juan de
Ávila nos llama a reconocer las culpas y la confesión.
Es necesario
para recibir el perdón ser conscientes de nuestras culpas y proponernos la
enmienda y la confesión sacramental.
Todo está en
confiar en Él, en abandonarnos en Él sin miedo.
Con sus
Sacratísimas Cinco Llagas nos ha librado del pecado. Reconozcamos nuestra
miseria y debilidad, para que así podamos acercarnos al sacramento de la
confesión, donde el Señor nos espera para curarnos y perdonarnos.
Terminamos con
una oración de San Juan de Ávila:
“Señor, cuando
andabas en el mundo
y te traían un
ciego, lo mirabas,
le echabas tu
bendición;
pues mírame,
Señor,
que aquí vengo
a tu misericordia.
Más paralítica
está mi ánima
que aquellos
cuerpos;
ciego soy para
verte;
cojo soy para
dar pasos a mi salud;
secas tengo las
manos para hacer buenas obras;
sordo estoy
para oír tus palabras y mi bien;
mudo soy para
tus alabanzas.
¡Sáname, Señor!
¡Señor, que se
nos pasan los días!
¡Señor, que
estoy durmiendo!
Remédiame”.