Hemos querido de
la mano de San Juan de Ávila meditar las Sagradas Cinco Llagas de Cristo como
refugio, manantial de sanación y de perdón y como lugar que hemos de habitar
permanentemente. Para que nosotros podamos transmitir a nuestro alrededor el fuego
de la caridad de Cristo.
El alma
encendida en el fuego del amor de Cristo puede exclamar las palabras de San
Ignacio: “dentro de tus Llagas, escóndeme”: porque en ellas nos sentimos
seguros. Cuando vienen los problemas, cuando nos atacan por todos lados, cuando
el desánimo toca a nuestra puerta...
Y confiar sin miedo
porque todo es para bien de los que aman al Señor, aunque algunas cosas no
comprendamos.
¡Cuántas veces
ponemos nuestra confianza en cosas, en personas, incluso en instituciones que
no merecen nuestra confianza!
Ponemos nuestra
confianza en lugares equivocados… y así nos va.
El Señor quiere
que confiemos en Él a pesar de nuestra indignidad y vulnerabilidad. El Señor
quiere que acudamos a Él y que confiemos en Él. Él es el pastor bueno que busca
a la ovejita cansada para ponerla sobre sus hombros y sanarla.
Hemos de mirar
a Cristo y no cansarnos de mirarle: cruzar nuestra mirada con la suya,
abandonarnos enteramente a Él en su Sacratísimo Corazón.
La sociedad nos
lleva a otros lugares… cuántas voces quieren apagar la voz de nuestro pastor,
la voz del Señor.
Tantas veces
nosotros, débiles y miserables, nos dejamos arrastrar por ellas alejándonos de
nuestro Señor.
Miremos, pues,
a Cristo, y escuchémosle con nuestro corazón, con nuestra mirada atenta a su
voz y su Corazón. No tengamos miedo porque estamos en buenas manos.
San Juan de
Ávila: “¿qué os puede atemorizar sabiendo que todo viene de las manos que por
vosotros se enclavaron en la cruz?”.
Poniéndonos en
las Llagas desaparece el miedo y crece la confianza.
Desde el día de
nuestro bautismo Dios nos llama a ser santos. Todos estamos llamados a la
santidad, o sea, a corresponder al amor de Dios.
La vida cristiana
es más que unos contenidos de doctrina -que también-, o unas normas -que
también-: es sobre todo una relación de amor, de amistad con el Señor.
Deseemos ser
como Él y así no nos quedará otra respuesta que la que nos dice San Juan de Ávila:
si Cristo padeció por nuestro amor, padezcamos nosotros por el suyo.
Que María Santísima
de la Esperanza interceda por nosotros para que respondamos generosamente y por
amor al que por amor se dejó traspasar manos, pies y costado.