De la mano de
San Juan de Ávila contemplamos la Llaga del costado -su Sacratísimo Corazón-.
Sobre todo,
metámonos para morar en las Llagas de Cristo. Que allí, en su Corazón, partido
por nosotros, encontraremos calor. Si allí morásemos, qué bien nos iría.
Después de
meditarla como refugio, como manantial de sanación y de perdón, hoy meditémoslo
como morada donde habitar.
Es allí donde
encontramos el fuego de la caridad, porque Cristo arde de amor por nosotros.
Por eso,
queridos hermanos, es tan dolorosa la incoherencia, la falta de autenticidad.
No es posible
habitar en el fuego del corazón de Jesús y luego ser personas frías, o
rencorosas, murmuradoras, que les cueste perdonar…
Es triste que
los cofrades llevemos una vida más semejante a la de los ateos que a la de los verdaderos
discípulos de Cristo.
¿Por qué tanta
diferencia entre lo que proclamamos con los labios y lo que realmente hacemos
con nuestra vida?
San Juan de Ávila
pensaba que la causa de esta tibieza es que no se ha gustado lo que es Dios,
por lo que no tenemos hambre de Él ni hartura de las criaturas.
Las Llagas de Cristo son verdaderas señales de amor. Por eso San Juan de Ávila nos invita a morar en las Llagas de Cristo metiéndonos en ellas y no de paso. Podemos vivir una vida cristiana digna de su nombre y no mediocre. Sólo así podremos cumplir lo que dice hoy la Carta a los Hebreos.