Fuente: ALFA Y OMEGA
II
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
El
reino del vino nuevo
Comenzamos con este domingo el tiempo ordinario, ese
tiempo litúrgico en que no celebramos un misterio aislado de la vida del Señor
(como en el Adviento, la Navidad, la Cuaresma o la Pascua), sino que celebramos
la normalidad, el día a día, la globalidad, de ese misterio.
El Evangelio de este domingo, el relato
de las bodas de Caná, podría formar una unidad con el Evangelio de la Epifanía
(manifestación de Dios a los pueblos gentiles) y con el del Bautismo (el
comienzo de la misión y la presentación por parte del Padre en público del
Enviado). Los tres son como el nacimiento a la vida pública, a la misión, del
que ha nacido en Belén.
Según el cuarto Evangelio, la actividad
pública de Jesús comienza con un signo, una acción que, a primera vista, podría
parecer extraña. En Caná, un pequeño pueblo de Galilea, se está celebrando una
fiesta de bodas –que según la costumbre de la época se prolongaba durante
varios días–, en la que está presente la madre de Jesús. Llega también Jesús
con sus discípulos. Pero, ¿quiénes son los esposos? ¿Por qué no se dice nada
sobre ellos? ¿Por qué no intervienen? Este extraño silencio nos invita a
comprender en profundidad la historia: se trata de un mensaje presentado en un
lenguaje simbólico.
En la celebración de este matrimonio
falta el vino, y esto amenaza seriamente la alegría de la fiesta. La madre de
Jesús, por tanto, se vuelve hacia Él y le dice: «No tienen vino». No pide nada,
no impone al Hijo lo que debe hacer; simplemente le expone la situación,
respetando plenamente su libertad y apelando a su iniciativa. Jesús reacciona
con dureza. La llama «mujer», como si fuera una extraña para Él, y se distancia
de ella diciendo: «¿Qué tienes tú conmigo?». De nuevo encontramos cómo Jesús,
en el momento de emprender su misión, había dejado el hogar y a su madre,
formando una nueva familia con sus discípulos (cf. Mc 3, 31-35).
Jesús añade en su respuesta: «Todavía no
ha llegado mi hora», una expresión enigmática, anticipo de otro tiempo que está
por llegar, de su hora (cf. Jn 12, 23; 13, 1; 17, 1): aquella en la que a
través de su muerte y resurrección se celebrarán las bodas definitivas entre
Jesús, que es el Esposo, y toda la humanidad. Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él diga», mostrándose totalmente obediente al Hijo y pidiendo que
su Palabra sea escuchada y acogida. Inmediatamente el agua presente en unas
ánforas para un ritual de purificación se transforma en abundante vino. Y
entonces es posible la fiesta plena, comienza el tiempo de los desposorios
entre Jesús y su comunidad, su esposa (cf. Ef 5, 31-33), anticipo de su
matrimonio con toda la humanidad.
Podríamos hacer una doble lectura sobre
este signo que nos relata Juan. En realidad se trataría de dos niveles de
lectura (una técnica propia de Juan, que suele presentar el acontecimiento
histórico, y este da paso a una reflexión sobre el significado del hecho
histórico más allá de él).
La primera lectura que podríamos hacer
es elemental y evidente. Nos encontramos ante el matrimonio, el amor entre un
hombre y una mujer, para formar un hogar, recibir la vida y ser un lugar donde
se acoge la Gracia del Señor. Este pasaje de Juan (el teólogo de la carne, de
la Encarnación, del Verbo Creador) corroborará lo que Dios hizo en el
principio: «Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y
mujer los creó» (Gn 1,27). El relato evangélico de las bodas de Caná es la
presencia confirmativa de Cristo en el matrimonio. Y no solo de Jesús, sino de
la Virgen María. Ellos están al servicio de la familia. Toda la Iglesia, desde
Jesús y María, hasta el último cristiano (y, sobre todo, el sacerdocio) están
al servicio del matrimonio, procurando que nos les falte el vino, tratando de
que ese matrimonio sea para siempre y en verdad sea morada y albergue de vidas
nuevas con nombres propios.
La segunda lectura también se puede ver
con facilidad. El que aparece como el esposo es sin duda Cristo. Jesús y María
(el nuevo Adán y la nueva Eva) van a ser el origen de la nueva humanidad. Es el
Esposo que trae el vino nuevo, el Espíritu Santo.
De este modo, el Evangelio nos presenta
la conversión del agua en vino. Es el comienzo de una nueva era. El final de la
espera ha terminado. Ahora se abre el Reino de los Cielos: el reino del vino
nuevo, el reino del Espíritu.
JUAN ANTONIO RUIZ RODRIGO
Director de la Casa de Santiago
de Jerusalén
Evangelio
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea,
y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también
invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen
vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha
llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él diga». Había
allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos,
de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y
las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevádselo al
mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino
sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el
agua), y entonces llamó al esposo y le dijo: «Todo el mundo pone primero el
vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el
vino bueno hasta ahora». Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en
Caná de Galilea; así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.
Juan 2, 1-11