IV
Domingo de Adviento (ciclo C)
En
la puerta de la Navidad
El cuarto domingo de Adviento nos pone ya en la
puerta de la Navidad, anunciando a un Dios muy cercano que toma la iniciativa
de compartir su misma vida con nosotros. Encendemos la cuarta vela de nuestra
corona simbólica. Es la etapa final de nuestra peregrinación, la última semana
de preparación para la celebración de la Natividad del Señor.
El Evangelio de
este domingo muestra el encuentro gozoso de dos mujeres embarazadas: María e
Isabel. Es el saludo de dos mujeres encintas, la alegría de ver la vida que
crece en ellas. Contemplamos la visita apresurada, alegre, gozosa, de María a
su pariente Isabel, que vive en la montaña de Judá, que está casada con un
sacerdote, Zacarías, y que en la vejez ha concebido un hijo, habiendo sido
estéril.
Dios es vida y es el origen de una existencia
dinámica y creativa. De hecho, en el pasaje evangélico vemos a María en el
momento que sigue al anuncio del ángel, recién fecundada por la Palabra,
levantándose «apresuradamente» para correr hacia Isabel, a pesar del riesgo que
conlleva un embarazo incipiente. Cuando la vida de Dios nos toca se pone en
marcha nuestra iniciativa más profunda y toda nuestra creatividad.
El Evangelio dice que María «se levanta». Es el
mismo verbo que se usa para la resurrección, porque Ella está llena de la vida
de Dios. La palabra «prisa» es la traducción de una palabra griega que
significa también diligencia, entusiasmo, autenticidad.
María va con entusiasmo a ver a su prima. Es la felicidad de una joven
embarazada que quiere compartir una gran noticia con alguien que la pueda
entender, la mujer de la que le habló el propio Gabriel. María se pone en pie
con entusiasmo, portando algo que no puede guardarse para sí misma, una noticia
que desea comunicar. La vida creyente también es una actividad que brota de la
experiencia de una alegría especial, de un gran amor; tenemos algo maravilloso
para compartir.
¡Qué impresionante escena la del Evangelio de este
domingo! María, con su vientre ya habitado, va a visitar a Isabel, también
embarazada. Son dos madres que se abrazan. Una representa lo mejor del Antiguo
Testamento: Isabel, que nos recuerda a tantas mujeres que han acompañado al
patriarca, al profeta o al sacerdote, a la espera de la bendición de Dios
(Sara, Rebeca, Raquel, Ana, la madre de Sansón). Otra es el inicio del Nuevo
Testamento: María. No es ya una mujer estéril, sino que es virgen. Se trata de
una ruptura de la historia, hay una intervención real de Dios para que sea
madre. De este modo, el Nuevo Testamento va a visitar al Antiguo Testamento.
Sin embargo, María no es la simple evolución del Antiguo Testamento.
Ciertamente, este está en el sustrato del Nuevo Testamento, ha sido el camino
para llegar a Él. Pero María es un adelanto del futuro, de la eternidad. Aquí
nos encontramos ante una especial intervención divina.
Por esto, el Nuevo Testamento es el mañana hecho
hoy, el futuro convertido en presente. Es decir, el Nuevo Testamento va a
asumir el Antiguo, y no al revés. De tal manera que toda la historia de la
salvación contenida en el Antiguo Testamento no es más que un conjunto de
intervenciones de Dios para llegar a este momento.
María visita a Isabel, y va a despertar al
precursor, va a levantar en él el deseo de anunciar al Señor desde el mismo
vientre de su madre. E Isabel, la esposa del sacerdote, va a bendecir a María,
reconociendo que Ella está bendecida por Dios, y que es la más afortunada entre
todas las mujeres. Bendecir es una acción de Dios: es que la Palabra divina no
solo nos desea felicidad, sino que crea (cf. Gn 1). La Palabra del Señor es
siempre creadora, y cuando nos llega nos sorprende y suscita en nosotros una
novedad extraordinaria. Si nos bendice nos recrea. Así, María es la bendita
entre las mujeres, la nueva criatura, la nueva Eva.
Este encuentro entre el pasado (Isabel) y un
presente que contiene el futuro (María) es muy importante para nosotros. No
miremos excesivamente al pasado. Abramos la mente y el corazón a la nueva
intervención de Dios, a su novedad. Dejemos que Dios bendiga ese pasado,
entregándoselo y poniéndolo en sus manos.
Acerquémonos a la Navidad, y celebremos este
misterio de luz y de amor. Dios habita entre nosotros. Ya no hay vuelta atrás.
El que se ha censado en nuestra vida no va a cambiar el padrón. Ha querido
instalarse aquí, y esto es para siempre. No ha elegido una estructura grande ni
un lugar suntuoso. Ha escogido algo frágil, débil, escondido, vulnerable. ¡Qué
misterio nos envuelve en estos días! Por eso, no descuidemos la Navidad.
Vayamos a Belén, que es un lugar de encuentro, de paz y de amor. Cantemos
villancicos, rezándolos. Miremos la cuna, y adoremos al Niño Dios.
JUAN ANTONIO RUIZ RODRIGO
Director de la Casa de Santiago
de Jerusalén
Evangelio
En aquellos días, María se levantó y se puso en
camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de
María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y
levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto
de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se
cumplirá».
Lucas 1, 39-45