Fuente: ALFA Y OMEGA
Festividad
de la Sagrada Familia (ciclo C)
La
Sagrada Familia de Nazaret
Desde la noche de Navidad hasta la fiesta de la
Epifanía, celebramos acontecimientos y experiencias que pertenecen al
nacimiento de Jesús. Se escucha el canto de los ángeles que alaban y anuncian,
y resuenan la alegría y el bullicio de los pastores, los pobres de Israel (cf.
Lc 2, 15-20), y la adoración de los Magos, «los sabios de las naciones» (cf. Mt
2, 1-12).
La liturgia del primer domingo después de Navidad
centra la atención sobre la familia en la que nació y creció Jesús. Nos
encontramos con una mujer, María, que se convierte en la madre de un niño, siendo
virgen; con José, que es el padre de Jesús según la Ley; y con un niño, Jesús,
ese Hijo que solo Dios, el Padre, podía dar a los hombres.
Contemplamos a esta familia siguiendo el texto del
Evangelio de Lucas. María y José van a Jerusalén para la fiesta de Pascua, como
todos los años, según la costumbre. Son peregrinos, y lo han sido toda su vida.
Peregrinaron a Belén (cf. Lc 2,1-5), a Egipto (cf. Mt 2, 14-15)… Peregrinan
anualmente al templo de Jerusalén. Es una familia que busca a Dios, que camina
hacia el rostro de Dios. Llevan ahora a su hijo, que tiene 12 años. Es una
peregrinación especial, porque Jesús cumplirá su mayoría de edad religiosa.
Celebrará el rito del Bar Mitzwa, ese momento en que el niño adolescente canta
el primer mandamiento de la Ley de Dios, convirtiéndose en el hijo del
mandamiento.
En el viaje de ida todo ha transcurrido con
normalidad, pero mientras regresan a Nazaret los padres se dan cuenta de que su
hijo no está entre los otros niños de la caravana. Están angustiados y regresan
a Jerusalén con la esperanza de encontrarlo. La búsqueda dura tres días.
Finalmente «lo descubren en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían quedaban
asombrados de su talento y de las respuestas que daba». Jesús todavía es un
niño. No enseña. Como todo discípulo, escucha a los que son doctores y explican
cómo interpretar la Ley. Lucas señala que entre aquellos que oyen sus
respuestas surge el asombro. Sus mismos padres se quedan sorprendidos cuando lo
encuentran entre los doctores. Para Jesús, que ha recitado el mandamiento y es
mayor de edad religiosamente, el penetrar hasta el fondo y expresar con
claridad la historia de la salvación que se le revela es lo fundamental. Todo
lo demás pasa a un plano secundario (hasta su propia familia).
Y María, con
el tono de reproche propio de toda madre, le dice: «Hijo, ¿por qué nos has
hecho esto? ¡Mira, tu padre y yo te buscábamos angustiados!». Jesús parece dar
una respuesta de protesta: «¿No sabíais que tengo que estar en la casa de mi
Padre?», dice señalando su misión. Se siente casi obligado a corregir las
palabras más dulces y tiernas de su madre, y dice con firmeza que su padre es
el «Padre que está en los cielos» y que debe ocuparse de los asuntos de Él.
Esta es la voluntad divina. Y el sentido de su vida consiste en obedecer la
voluntad de su Padre.
Pero los padres de Jesús, señala Lucas, «no
entendieron lo que les había dicho». María y José apenas comienzan a darse
cuenta de que en la vida de su hijo hay un misterio muy grande. Ellos aún no
han recibido la orden o inspiración de que Jesús se quede en el templo, y como
responsables de su hijo le piden que vuelva con ellos a Nazaret. Y Jesús, enamorado
del templo, del análisis de la Palabra divina, prendado de la presencia de
Dios, obedece y se marcha con sus padres, siguiendo bajo su autoridad. Vivió
sometido a ellos, en el silencio y en el ocultamiento de Nazaret, en aquella
aparente inutilidad de Nazaret. Cuando obedecemos en el silencio, y nos
entregamos de verdad, dejándonos hacer, un día puede valer por muchos años,
porque los resultados serán prometedores.
El Evangelio
señala que María «guardaba todo esto en su corazón». Ella, que es mujer de
discernimiento, busca en la fe en Dios el sentido de los acontecimientos que
suceden a su familia. Y en Nazaret Jesús «iba creciendo en sabiduría, en
estatura y gracia ante Dios y los hombres» (cf. 1 Sam 2, 26). Como todos los
niños, experimenta un crecimiento hacia la madurez. Más tarde sus padres, ante
las decisiones de vida de Jesús, deberán aceptar la distancia y la separación
de su hijo. Serán momentos difíciles de entender y asumir.
Centremos
nuestra mirada en la Sagrada Familia de Nazaret. ¡Dios tiene familia! El Hijo
es el huésped que Dios envía, préstamo de amor, para que los padres lo eduquen.
Meditando esta escena evangélica, revivamos el amor a la familia, y el sentido
de la familia al servicio de la vida.
Contemplando el portal de Belén, escucharemos los
gritos que vienen de los hogares de tantas familias rotas, llenas de problemas
y dificultades. No hagamos oídos sordos. Acerquémonos a tantas familias que nos
encontramos en el camino de la vida para curar y vendar sus heridas.
Ante la
Sagrada Familia también escucharemos el llanto de tantos inocentes que mueren,
esclavizados sexualmente, muertos de hambre. Esta sociedad está enferma.
¡Cuántos abortos, fetos asesinados! Personas no nacidas que se matan en el seno
materno. Muertes dolorosas, que claman justicia. Pero el problema es la muerte
legalizada, convertida incluso en un derecho de la mujer que recibe esa vida.
Pidamos
fortaleza a Dios en este momento. En cada familia los hijos son un tesoro, pero
son de Dios. Que el amor de Dios habite siempre en nuestras familias y las
ayude a parecerse cada día más a la Sagrada Familia de Nazaret, siempre en
búsqueda de la voluntad de Dios, con fe sencilla, con la profunda invocación al
Espíritu que todo lo puede.
JUAN ANTONIO RUIZ RODRIGO
Director de la Casa de Santiago
de Jerusalén
Evangelio
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén
por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió 12 años, subieron a la fiesta según
la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en
Jerusalén, sin que se enteraran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la
caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los
parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio
de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían
quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se
quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu
padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no
comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba
sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba
creciendo en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Lucas 2, 41-52