El IV
Domingo de Adviento tiene un marcado carácter mariano. Ahora Isabel da fe de
nuestra Madre Santísima.
Desde niños
hemos aprendido a saludar a nuestra Madre con la Salve: “Dios te salve, Reina y
Madre…” . Contemplarla como Reina de Cielos y tierra.
En Santa
María in Trastevere (en Roma) hay un cuadro de Cristo como Rey y Señor y una
Señora al lado sentada con corona regia al mismo nivel que Cristo. Y
curiosamente Cristo está abrazando a esta figura de mujer. Algunos estudiosos
dicen que esta figura representa a la Iglesia, otros, a la Virgen.
Y es que
el arte y la belleza nos educan y nos transmiten las verdades de la fe.
Nosotros representamos a la Virgen con corona porque fue coronada en el cielo,
y por eso la coronamos en la tierra. Cristo, por ser Dios, es Rey del universo,
y la Virgen participa de esta realeza: María es Madre del Hijo unida
íntimamente a su gloria.
Y María
también es esposa del Espíritu Santo, de tal manera que María es desde el
cielo, en palabras de San Bernardo, el acueducto por el que nos vienen
las gracias del Cielo.
¿Os
habéis imaginado alguna vez cómo sería la entrada de María en el Cielo y su
coronación gloriosa? Ahora le quiero dedicar a Ella mis últimas palabras y
quiero que os unáis a mi oración.