El término latino adorare procede de orare,
expresión religiosa que significa “dirigir la oración a alguien”. En las
grandes religiones del Mediterráneo , el ser humano reconoce la presencia de
Dios, su gloria y sui santidad al mismo tiempo que se confiesa pecador. Si el
reconocimiento por ir dirigido a Dios es verdadero, culmina en la adoración.
Adorar es reverenciar a Dios como único Señor. A los santos se les venera, no
se les adora. La adoración se manifiesta con diversos gestos: esencialmente
arrodillarse, pero también inclinar el cuerpo, extender o alzar las manos,
darse golpes de pecho, postrarse total o parcialmente, besar el suelo. Por
ejemplo, con un beso adoramos la imagen del niño Jesús en Navidad y la Cruz en Viernes Santo.
Naturalmente, de nada sirven los gestos si no adora el corazón. Según Santo
Tomás, la adoración es la virtud de la
religión que sigue en importancia a la devoción y a la oración. Jesús anuncia la adoración del
Padre “en espíritu y en verdad”. No es un gesto externo, sino una entrega. En
los evangelios de la infancia encontramos dos adoraciones: la de los pastores
en Lucas y la de los magos en Mateo.