Solemnidad
del Corpus Christi (ciclo A)
«Su
Carne es alimento y su Sangre bebida»
El título que encabeza este comentario corresponde al
inicio de una de las estrofas de la secuencia que puede cantarse tras la
segunda lectura de este domingo, y reproduce, mutatis mutandis, las
palabras de Jesús en el pasaje evangélico. La conocida tradicionalmente en
España como fiesta del Corpus está hondamente arraigada en nuestra cultura
desde que naciera en el siglo XIII. La realidad del sacramento de la Eucaristía es tan
profunda que posibilita fijar nuestra atención no solo en la propia celebración
del sacramento, sino también en su continuación a través de la presencia
permanente del Señor vivo en medio de nosotros, como alimento disponible para
los enfermos y signo sacramental de la presencia de Jesucristo en medio de su
pueblo. Todo ello nos impulsa a ser agradecidos y a rendirle un culto de
veneración y adoración.
Cristo, verdadero alimento
En el capítulo sexto de san Juan, en el que se engloba el
texto del próximo domingo, se recoge el discurso del Señor en la sinagoga de
Cafarnaún. Allí Jesús pronuncia dos afirmaciones claras: la primera, que no
leemos en esta festividad, es: «Yo soy el Pan de vida. El que viene a mí no
tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás» (Jn 6, 35); la segunda,
que sí escuchamos aquí, dice: «Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo; el
que coma de este Pan vivirá para siempre. Y el Pan que yo daré es mi Carne por
la vida del mundo». Sin duda, la solemnidad del Corpus Christi busca subrayar
la necesidad de alimentarnos con ese Pan; un alimento que es capaz de saciar
definitivamente el hambre más profunda del hombre.
La palabra saciar, que aparece más adelante, nos sitúa
fácilmente en el relato de la multiplicación de los panes, que precede estos
versículos. Pero no exclusivamente. De hecho, la primera lectura contiene un
pasaje del libro del Deuteronomio en el que se dice que tras los sufrimientos
en el desierto Dios alimentó a su pueblo «con un maná que no conocían tus
padres». La penuria física vivida por el pueblo de Israel es pronto comprendida
como una prueba permitida por el Señor y como la oportunidad de reconocer a
Dios como el único capaz de solucionar la calamidad que vivía. Es esta la razón
por la que el texto del Deuteronomio insiste en expresiones como «recuerda» o
«no olvides», refiriéndose siempre a las proezas que Dios ha realizado con su
pueblo. Tanto para los oyentes de Jesús como para la primera comunidad
cristiana y para nosotros, la invitación del Señor a comer de ese Pan que es Él
mismo implica de nuevo hacer memoria de lo que ha supuesto la salvación que
Jesucristo ha llevado a cabo y cuyos beneficiarios somos su pueblo, la Iglesia. La grandeza
del modo de llevar a cabo su misión redentora incluye el hecho de quedarse
sacramentalmente entre nosotros para poder ser alimento y saciar los anhelos
más profundos del hombre.
Creer en Jesús y vivir en la comunión eclesial
Este pasaje, cuyo núcleo es comer de este Pan, no puede
desligarse nunca de la primera afirmación del discurso del Señor en Cafarnaún,
señalada más arriba: creer en Jesús. Así pues, para recibir con plenitud los
frutos del sacramento es necesario creer en el Señor. Esto significa que no es
posible concebir la recepción de la Eucaristía como un alimento que produce unos
efectos de gracia automáticos si nosotros no estamos convenientemente
preparados. Si en el discurso del Pan de vida primero aparece el creer y
después el comer, la vida del cristiano debe seguir los mismos pasos a la hora
de acercarnos a recibir este sacramento. Por otra parte, la comunión
eucarística no puede desligarse de la comunión eclesial. San Pablo recuerda en
la segunda lectura que del mismo modo que el Pan es uno, nosotros también
formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo Pan. La implicación de la
afirmación es clara: la
Eucaristía siempre ha sido comprendida en la Iglesia como un signo de
unidad y un vínculo de caridad. En definitiva, recibir y adorar al Señor en la Eucaristía supone creer
en Él como dador de vida eterna y vivir siempre en comunión con la Iglesia.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo
soy el Pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este Pan vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Disputaban
los judíos entre sí: «Cómo puede este darnos a comer su Carne?». Entonces Jesús
les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la Carne del Hijo del hombre y
no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi Carne y bebe mi
Sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi Carne es verdadera comida, y mi Sangre es
verdadera bebida. El que come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo
modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el Pan que ha bajado del cielo: no
como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este Pan
vivirá para siempre».
Juan 6, 51-58