XII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
La
confianza frente a la contrariedad
Tras las fiestas pascuales y los domingos que las
desarrollan, retomamos la lectura de Mateo, el evangelista cuyos textos
contemplaremos hasta la conclusión del año litúrgico. El pasaje de este domingo
pertenece al llamado discurso de la misión, un conjunto de enseñanzas que
comenzaba con la constatación por parte de Jesús de la necesidad de enviar
trabajadores a la mies, puesto que las muchedumbres andaban abandonadas «como ovejas
sin pastor» (cf. Mt 9, 36). De este modo, el Señor llamaba a los doce con la
misión de ir y proclamar la llegada del Reino de los cielos con el mandato de
curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos y expulsar demonios.
Concluida esta exposición, el relato de este domingo se centra en exponer las
dificultades que los discípulos encontrarán en esta apasionante tarea y, por
otra parte, en subrayar la confianza que han de tener en quien les ha elegido
para esa misión.
«No tengáis miedo»
Al oír esta expresión, seguramente más de uno recuerda la
voz de san Juan Pablo II, que insistentemente hacía uso de estas palabras de
confianza que han marcado para siempre cuál debe ser la actitud del cristiano
al afrontar las angustias o temores con los que se encuentra en su vida diaria,
ya sea para vivir su propia fe de modo coherente, ya sea para dar testimonio
explícito de la misma. Sabemos sobradamente que el día a día de los cristianos
nunca ha venido exento de dificultades, sobre todo cuando han tratado de ser
fieles a la misión recibida por su propio Bautismo o por una vocación
específica de entrega a Dios, dentro de la vocación bautismal. Ocurrió así en
los primeros siglos y sigue siendo así también hoy. Por eso Mateo, que anima a
una segunda generación de cristianos, rememora estas afirmaciones del Señor en
las que domina la fórmula «no tengáis miedo». Aunque breve, se trata de una de
las expresiones más tranquilizadoras y que mayor paz puede infundir en los
cristianos, debido a que implica arrojarse por completo en las manos de Dios.
Temor de Dios y providencia
El contenido del Evangelio se condensa en tres
afirmaciones. La primera nos da la seguridad de que el anuncio del Reino de
Dios es imparable. A pesar de las tribulaciones que puedan experimentar los
evangelizadores, todo será descubierto y todo llegará a saberse. Ningún aspecto
de la salvación realizada por el Señor y continuada por sus discípulos quedará
oculto. Aunque a menudo veamos lo contrario, en último término el tiempo juega
a nuestro favor. La segunda afirmación enuncia la cuestión del temor de Dios.
Hace tiempo, el Papa aclaraba qué significa el temor de Dios, un concepto que,
aun siendo un don del Espíritu Santo, corre el riesgo de ser malentendido.
Francisco nos recordaba que no se trata de «tener miedo a Dios», sino de
reconocernos pequeños ante Él y ante su amor, «adquiriendo forma de docilidad,
de reconocimiento y de alabanza». Pero también «es una alarma ante la
pertinacia del pecado que nos impulsa a reconocer, no solamente que no podemos
ser felices viviendo anclados en el pecado, sino también que un día todo
acabará y que debemos rendir cuentas a Dios». La tercera afirmación nos permite
ver a Dios como alguien cercano y providente. Una imagen hermosa de esta
confianza es la que relata la primera lectura, mostrando a Jeremías acorralado
incluso por sus propios amigos. Esta circunstancia, en cambio, no le lleva a
otra disposición que la de reconocer la fuerza del Señor, que lo libera,
desencadenando por parte del profeta un canto de alabanza a Dios. A pesar de
que Jeremías puede ser visto como modelo de quien sufre el acoso por ejercer un
encargo del Señor, busca la venganza sobre los que desean su mal. Por el
contrario, el cristiano no seguirá en este punto la postura de Jeremías, sino
que, a ejemplo del Señor, sufrirá la persecución perdonando a sus enemigos. El
ejemplo más logrado a lo largo de los siglos ha sido el del mártir, alguien
que, imitando a Cristo, ha interiorizado hasta el extremo estas tres
convicciones: la victoria está asegurada; solo debe rendir cuentas ante Dios, y
Dios providente cuida «hasta de los cabellos de la cabeza».
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a
descubrirse, ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en
la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la
azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el
alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.
¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo
cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los
cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más
vosotros que muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo
también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me
niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los
cielos».
Mateo 10, 26-33