Solemnidad de Pentecostés (ciclo
A)
La
plenitud de la Pascua
50 días después de conmemorar la Pascua , la Iglesia celebra la fiesta
de Pentecostés. Esta jornada ha estado preparada por los textos litúrgicos con
esmero, pues durante los últimos días las oraciones y las lecturas de las
celebraciones vienen presagiando el gran don del Espíritu del Señor sobre todos
nosotros. Son varios los elementos que anticipan la gracia del Espíritu Santo
sobre la Iglesia ,
pero para el evangelista cuyo pasaje escuchamos este domingo el Espíritu se
derrama sobre la Iglesia
ante todo en la Muerte
y en la Resurrección
del Señor. Así, san Juan no relata la muerte de Jesús mencionando el hecho
físico de expirar, sino con la frase: «E, inclinando la cabeza, entregó el
espíritu». El pasaje que este domingo tenemos ante nosotros hace referencia al
primer día de la semana, es decir, al día de la Resurrección del
Señor, donde las palabras del maestro, que se presenta en medio de los
discípulos son «recibid el Espíritu Santo». Con ello, san Juan pone de relieve
la unidad de la misión salvadora de Jesucristo. De la misma manera que no es
posible separar de modo absoluto la Resurrección y la Ascensión del Señor,
puesto que ambas realidades se refieren a su victoria y glorificación, tampoco
podemos desligar la resurrección del envío del Espíritu Santo sobre los
discípulos, como nos enseña en este día san Juan. El hecho de que la cronología
de Juan no coincida con la de la primera lectura, del libro de los Hechos de
los Apóstoles, que sí habla del día de Pentecostés, esto es, de los 50 días
tras la Resurrección ,
no supone una contradicción en el significado de ambos relatos, debido a que se
trata del mismo Espíritu, que es capaz de manifestarse de distintos modos.
El ímpetu del viento y el fuego frente al leve soplo
De por sí, el término espíritu hace referencia a lo
invisible e intangible, a algo que es imposible de controlar. A lo largo de la Escritura encontramos
pasajes que nos lo hacen ver, particularmente en los textos de la celebración de
este domingo y de la vigilia que prepara esta fiesta. Sin embargo, de entre la
multiplicidad de pasajes que se refieren a la presencia y acción del Espíritu
de Dios en medio de su pueblo encontramos dos patrones: por un lado existen
textos que muestran el ímpetu y la fuerza de Dios, representados por el viento
y las lenguas de fuego. La descripción de la primera lectura sigue esta línea,
donde el estruendo y la fuerza del viento quieren subrayar el ímpetu y la
fuerza de la acción de Dios. Por otro lado, disponemos de la referencia al
soplo contenida en el Evangelio de este domingo, que nos transmite la impresión
de una acción prácticamente imperceptible de lo que Dios está obrando en sus
discípulos. El antecedente bíblico más representativo de esta visión suave del
Espíritu es la leve brisa, como un susurro, a través de la cual el profeta
Elías en el Horeb fue consciente de que el Señor estaba pasando por aquel
lugar.
Un don para la unidad
No cabe duda de que, más allá del relato concreto en el
que nos fijemos, el envío del Espíritu Santo siempre tiene unas notas y
consecuencias comunes para todos nosotros. La primera es que la venida del
Espíritu sobre los discípulos supone la plenitud de la Pascua ; estamos ante la
culminación del acontecimiento de la salvación de los hombres, iniciado con la Encarnación del Hijo
de Dios. En segundo lugar, la presencia del Espíritu de Dios anima y da vida a
la comunidad. Es capaz de convertir la tristeza en alegría, así como de
derribar las fronteras, tal y como refleja la escena de Jesús entrando en la
habitación a pesar de que las puertas están cerradas. En tercer lugar, el
Espíritu actúa sobre la
Iglesia , congregando y haciéndonos capaces de conocer a Dios.
El resultado de la venida del Espíritu Santo será la difusión sin freno, sin
barreras y sin obstáculo alguno de la noticia de la salvación que Dios ha
realizado por medio de Jesucristo. Al mismo tiempo será la acción de Dios, por
medio de su Espíritu, la que posibilite que la Iglesia sea una y
universal en su propia naturaleza. No estamos ante una unidad lograda por un
esfuerzo humano capaz de agregar a una multitud de personas. Consiste, más
bien, en que la Iglesia
nace única y unida desde el momento en el que Dios derrama su Espíritu sobre
ella. Esta certeza lleva consigo una necesidad: para ser beneficiarios de la
acción y la gracia del Espíritu Santo es preciso unirse a la Iglesia y participar de su
propia vida.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
Al anochecer de aquel día, el primero de la
semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo
a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a
vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos
se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos
y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Juan 20, 19-23