Solemnidad de la Ascensión (ciclo A)
«Hasta
el final de los tiempos»
El breve pasaje del Evangelio que la liturgia nos propone
para la solemnidad de la
Ascensión del Señor coincide con el final del Evangelio de
san Mateo; una conclusión que no supone una despedida, sino una recapitulación
del Evangelio, de la vida del Señor, de la misión de los discípulos, al mismo
tiempo que una llamada a la esperanza. Los pocos versículos de este domingo no
se refieren de modo explícito a la visión de Jesús elevándose al cielo, que la
primera lectura –de los Hechos de los Apóstoles– sí incorpora, completando en
cierto modo la escena de la
Ascensión.
La referencia a Galilea
El texto evangélico contiene dos alusiones geográficas. La
primera de ellas se refiere a Galilea. Tanto para los cristianos de las
primeras generaciones como para nosotros, la referencia a este territorio,
situado en la zona más septentrional de Israel, evoca los grandes episodios de
la vida pública de Jesús. A pesar de que los acontecimientos más determinantes
del paso del Señor, su Muerte y Resurrección, sucederán en Jerusalén, en la
región de Judea, será en las aldeas galileas que circundan el lago de
Tiberíades donde Jesús crecerá, llamará a los discípulos, enseñará a sus
discípulos y realizará la mayor parte de sus milagros o signos, poniendo de
manifiesto que el Reino de los Cielos ha llegado a nosotros y que la esperanza
anunciada durante siglos por los profetas llega ahora a plenitud (Cf. Hb 1, 1).
La segunda referencia geográfica se centra en «el monte que Jesús les había
indicado». Es precisamente el evangelista que estamos leyendo quien agrupa el
núcleo de las enseñanzas del Señor en un monte, plasmando por escrito lo que
conocemos como el sermón de la montaña. Sin embargo, no podemos pasar por alto
que para el judío el monte era el lugar de la manifestación y de la presencia
de Dios. Sabemos que en la tradición judía ocupaba un sitio preferente el monte
Sion, en Jerusalén. Pero a lo largo de las Escrituras encontramos otros
enclaves elevados donde Dios se manifiesta de modo especial con su poder y su
gloria. Así pues, Galilea y ese monte significan, entre otras cosas, que a
través de la vida, la misión y las palabras de Jesucristo el Padre se ha
manifestado plenamente a los hombres en unas circunstancias espacio-temporales
determinadas. Además, la referencia local de Mateo constituye no solo una
síntesis del ministerio de Jesús, sino la constatación de que la misión visible
del Salvador ha sido llevada a término del mismo modo que comenzó: mediante la
dinámica de la Encarnación ,
que condensa la cercanía de un Dios que se ha aproximado al hombre hasta sus
circunstancias más cotidianas.
«Todo poder en el cielo y en la tierra»
Tras las alusiones geográficas, Mateo entra sin más en el
núcleo teológico del acontecimiento que relata. En solo dos líneas expone el
significado de lo que ha ocurrido: tras la humillación en la cruz, Jesús es
constituido como Señor y exaltado en la gloria. En apenas dos líneas el
Evangelio se refiere a esta realidad fundamental para nuestra fe, indicando que
los discípulos «al verlo, se postraron». Seguidamente, el mismo Jesús afirma:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra». La postración del hombre
y el poder del Señor indican que la Ascensión no es más que una manifestación
singular de que Jesús ha vencido definitivamente a la muerte y ha sido
glorificado para siempre.
Una misión y una esperanza
Si Galilea significa también el lugar del comienzo de la
misión, este encuentro de Jesús con los discípulos indicará que ahora va a
comenzar también algo nuevo, pero continuando al mismo tiempo la obra realizada
por el Maestro. Del mismo modo que ellos fueron elegidos por el Señor, también
ellos ahora reciben la misión de proseguir el anuncio del Reino de Dios, pero
sin límite de tiempo («hasta el final de los tiempos») ni de lugar («haced
discípulos a todos los pueblos»). La consoladora frase «yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el final de los tiempos» ha supuesto a lo largo de toda
la historia de la Iglesia
un hálito de esperanza: vivimos seguros de que el Señor nos acompaña y
retornará tarde o temprano. Por otra parte, la glorificación recibida por
Jesucristo es un anticipo de nuestra propia gloria. La historia del pueblo de
Israel, de la Iglesia
y de cada cristiano se resume bien en la imagen de un camino, de un éxodo hacia
la patria celestial. En suma, el Evangelio de este domingo nos da dos noticias:
la primera es que esa entrada al cielo ha sido cumplida ya por Jesucristo: la
segunda, que quien es hecho discípulo del Maestro y bautizado en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo está orientado a entrar con Cristo en la
patria celeste.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron
a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron,
pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Mateo 28, 16-20