Reproducimos a continuación el muy comentado artículo que N.H.D. Marco A. Velo publicó el pasado lunes en Diario de Jerez en su recuadro semanal "Jerez íntimo" que resume las sensaciones de muchos de los hermanos que hemos convivido con la Hermandad de El Cristo en los tres últimos años.
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Foto: N.H.D. Antonio Millán |
Y en el principio fue el verbo.
El verbo en minúsculas. El verbo propio de los seres humanos. El que
intercambian vespertinamente – una tarde cualquiera-, en la Cafetería San
Francisco, Juan Salido y quien suscribe. Nos remontamos a tres años largos.
¿Casi cuatro? Sabíamos -por traslado directo, por solicitud formulada a
discreción- que la Hermandad
del Cristo precisaba de pronta posada. Y que la iglesia de San Francisco
-entonces ya en el tictac de su futuro de veras incierto- figuraba en la
deseable predilección de los castizos hermanos de San Telmo. Castizo en el
significante más unamuniano del término.
Aquel café -a dos- entre cofrades
de túnica blanca hizo las veces de análisis profuso a propósito de pulsar las
posibilidades reales y el orgánico modo de proceder -pasos a seguir- para el
inmediato hospedaje de los hermanos del Valle en la céntrica sede de la Hermandad de las Cinco
Llagas. ¡La Junta
de Gobierno presidida por García Cordero necesitaba in extremis una respuesta!
¿En nuestras manos depositaron su espíritu? ¿O en el pemaniano signo y viento
de la hora escritos de antemano en las actas de la memoria?
Juan y yo sólo planificamos
porque el hombre propone y el Dios de la Hoyanca dispone. Un Dios de brazos abiertos sobre
cruz de plata. Un Dios pechisacado. Un Dios de todopoderoso torso. Un Dios de
pecho fuerte donde late adrede la verónica gitana de la redención del mundo. Y
hubo propuesta elevada a reunión de Cabildo de Oficiales en calle Diego
Fernández Herrera y plácet unánime de la Junta de Gobierno de Juan Lupión para así ejercer
de primigenios intermediarios con el hoy recordado padre José Luis Salido…
Cuanto vino a continuación ya es resultado de dominio público. Mas también cuanto
se ha fraguado San Francisco intramuros, una mañana y la siguiente y la
subsiguiente -¿cierto Pepe Andrades, Rocío Ramos, Paco Bernal, Carmen Alonso?-,
entre los nazarenos de capa y los nazarenos de cola, entre los cofrades del
Viernes Santo -de Luna de Nisán unos y de lorquiana cinco de la tarde otros-,
forma parte de los versos y de los besos -de la verdad y de la beldad- tallados
con letras capitulares en el pergamino intangible de una fraternidad con
nombres propios. Por este sagrado motivo, por esta sacramental comunión, por
este incienso de carismas tan plurales como convergentes, brotaron las lágrimas
y el temblor del costillar este pasado sábado cuando los cofrades de San Telmo
decían adiós al atrio de la iglesia del Nazareno de la Plaza. La Mesa de
Hermandad del Cristo llamó enérgicamente al cerrado portalón de la fachada de
San Francisco hace apenas cuarenta y ocho horas. Seis menos diez según los
relojes parados del temple cofradiero. Para pedir, por vez penúltima -nunca
última- la venia a ocho cofrades de las Cinco Llagas quienes -varas en mano y
estandarte en vertical- abrieron, al estilo del cante de Manolo Caracol, todas
las puertas y cerrojos. No era Santa Madrugada: no era Viernes Santo: era la
hora irrequieta de la despedida. Ocho cofrades desprovistos del cinturón de
esparto: Rafael Cordero, José Andrade, José Soto, María José Sánchez, María
Ruiz-Henestrosa, Raúl Pérez, Chari Lupión y este junta letras que ahora moja la
estilográfica en un tintero de papel prensa.
Carmen Alonso no contiene
entonces el derrame de la emoción. Y en sus lágrimas recordamos a cofrades de
El Cristo que hoy disfrutan de un Reino de filigranas por bulerías: Fernando
Letrán García -el inventor de la molía- Antonio Romero -instructor del
expediente de la
Coronación Canónica del Valle-, Juan Luis García Sánchez
-cuadrillero de El Cristo y primer capataz hermano de la Virgen-, Fernando
Fernández-Gao -aquel memorable Hermano Mayor de los años 20-, Miguel Ruiz Ruiz…
De ayer a hoy distan tres años. Tres años largos para esculpir una certeza. Y
es que de San Francisco a San Telmo ya sólo hay un camino: el que une los
párpados de la misma Gloria.