XXX
Domingo del tiempo ordinario (ciclo B)
«Que recobre
la vista»
El tono del Evangelio de Marcos ha cambiado, y Jesús ya no
reprende, como en anteriores ocasiones, a quienes lo reconocen como el Mesías.
La escena tiene también un contexto concreto, el camino hacia Jerusalén. Por
Lucas y Juan conocemos que Jesús no se dirigió solo una vez a Jerusalén, sino
varias. Sin embargo, Marcos no detalla la cronología, sino que le interesa
incidir en lo que supone subir a Jerusalén. Es aquí, pues, donde se inserta el
episodio del mendigo ciego Bartimeo. Por eso el texto afirma que el encuentro
con Jesús se realizó a la salida de Jericó, lo que significa que se produjo
cuando Jesús caminaba junto con sus discípulos y bastante gente hacia
Jerusalén; algo equivalente a situarnos en la etapa final de la predicación del
Señor.
La curación de ciegos
Uno de los signos que marcaría la llegada del Mesías era
la curación de los ciegos. Probablemente resuena en nuestra memoria el anuncio
de Isaías. Pero no es el único profeta que anuncia la salvación de los que no
ven. En la lectura de Jeremías escuchamos hoy que el Señor ha salvado a su
pueblo, refiriéndose a un acontecimiento histórico concreto, la vuelta del
destierro. Y señala, asimismo, que «entre ellos habrá ciegos y cojos». Sin duda
estamos ante uno de los gestos más señalados de la acción de Dios a través del
Mesías. De hecho, los cuatro evangelistas describen la curación de ciegos. El
paso de los años nos ha hecho más sensibles ante las personas con capacidades
físicas disminuidas. Sin embargo, en tiempos de Jesús la situación de los
invidentes era lamentable, no solamente por el hecho de no ver la luz, sino por
la situación social de completo abandono en la que vivían. Ello les obligaba
casi siempre a vivir como mendigos. En definitiva, eran el exponente más claro
de la miseria y de la marginación social.
La luz de la fe
Evidentemente, el Evangelio pretende presentarnos algo más
que la curación de la ceguera física. Si nos fijamos, el relato está insertado
entre algunos pasajes que subrayan tanto la incredulidad de los judíos como la
torpeza para entender de los mismos apóstoles. Frente a las dificultades de
estos, en Bartimeo este camino está allanado: por dos veces reconoce al Señor
como Mesías, al llamarlo «Hijo de David», y, lleno de confianza en Él, le pide
recobrar la vista. Además, el Evangelio, con las palabras «y lo seguía por el
camino», constata que fue discípulo del Señor. Esta circunstancia del
ciego-discípulo es única en los relatos evangélicos de curación. El mismo hecho
de saber el nombre del ciego manifiesta que posiblemente fue un discípulo
conocido por la primera comunidad de cristianos. Merece la pena destacar aquí
dos diferencias con el episodio del joven rico, que escuchábamos hace dos
domingos. La primera es que en aquel pasaje Marcos se refería a él como «uno»,
sin dar más datos. La segunda es que, a diferencia del rico, Bartimeo no
formula preguntas a Jesús. Solo pide con insistencia, sin preguntar qué ha de
hacer, puesto que sabe sobradamente que debe confiar e insistir, ofreciéndonos,
de esta manera, un buen modelo de oración de súplica.
El Bautismo como
iluminación
Del mismo modo que
el encuentro entre Bartimeo y Jesús tiene lugar en el camino hacia Jerusalén,
donde se consumará la Pascua
del Señor, la Iglesia
ha concebido desde siempre el Bautismo como una iluminación. La catequesis
durante el período cuaresmal, tiempo de preparación para la Pascua , así como la
recepción del sacramento en la Vigilia Pascual , donde cobra un fuerte
protagonismo la luz frente a las tinieblas, constatan el paralelismo entre
Bartimeo y el cristiano. Por último, quien ha sido iluminado puede reflejar esa
luz a los demás. El pasaje de la curación del ciego Bartimeo nos propone ser
luz del mundo desde la perspectiva del que ha sido rescatado de las tinieblas y
no puede permitir que los demás vivan en la oscuridad.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con
sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo),
estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús
Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos
lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten
compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego,
diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se
acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le
contestó: «Rabbuni, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha
salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Marcos 10, 46-52