Fuente: ALFA Y OMEGA
XXVII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo B)
«Lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»
En el camino hacia Jerusalén, que más allá de un
itinerario geográfico representa el acercamiento de Jesús hacia su Pasión y
Muerte, Marcos incluye algunas enseñanzas referentes al matrimonio, al valor de
los niños en la sociedad o al uso de las riquezas. Siguiendo el modelo de los
domingos anteriores, se trata de unos principios que no solo son exigentes,
sino también tremendamente actuales. Así pues, el pasaje evangélico de este
domingo se detendrá en dos puntos: la visión de Jesús sobre el matrimonio y, en
concreto, sobre la fidelidad conyugal; y los niños como modelo de cumplimiento
de la voluntad de Dios.
No es bueno que el hombre esté solo
La doctrina de Jesús sobre el matrimonio quiere entroncar
con la primera lectura, tomada del libro del Génesis. En el relato de la
creación se ponen de relieve varios aspectos del ser del hombre. Esto es
importante, como punto de partida, porque la enseñanza de Cristo y, por lo
tanto, de la Iglesia
sobre el matrimonio no nace primeramente de unos preceptos o leyes morales,
sino de cómo el hombre es en sí, de su naturaleza. La afirmación «no es bueno
que el hombre esté solo» manifiesta que en la voluntad originaria de Dios, el
hombre necesita un complemento, alguien igual que él. La imagen de la formación
de Eva a partir de la costilla de Adán, así como el nombre de hombre-mujer (en
hebreo ish-ishshah), constata la igual dignidad de ambos. De hecho
el Génesis se refiere al dominio del hombre sobre la creación cuando pone
nombre a los distintos animales que pueblan la tierra, pero a una subordinación
en su relación con la mujer. Asimismo, el interés de Dios por otorgar una
compañía adecuada al hombre se corresponde con un deseo inscrito en el corazón
del hombre, hecho patente con la exclamación: «¡Esta sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne!». La frase del Génesis retomada en el Evangelio
«serán los dos una sola carne», revela la belleza del vínculo entre el hombre y
la mujer; una unión que no se reduce a una complementariedad corporal o
afectiva, sino que se extiende hasta llegar a una comunión personal entre
esposos, colaboradores con el Dios de la vida y del amor.
Por desgracia, tanto en tiempos de Jesús como en nuestra
época, esta visión ideal del matrimonio contrasta con la realidad que pueden
experimentar muchas familias. Sin embargo, Jesús no vacila en defender el plan
originario de Dios, frente a la concesión de Moisés de otorgar acta de divorcio
y repudiar a la mujer; disposición que Jesús achaca a «la dureza de vuestro
corazón». Ante la reiteración de la pregunta, planteada ahora por los
discípulos, el Señor insiste en que no es admisible el repudio de la mujer (o
del marido) y contraer matrimonio con otra persona. Llama la atención que el
Señor corrija la Ley
de Moisés, algo que también sucede en el Sermón de la Montaña (Cf. Mt 5-7),
manifestando con ello su autoridad.
Los niños como modelo en el Reino de Dios
Si el domingo pasado Jesús arremetía contra quien causara
escándalo entre los «pequeñuelos», de nuevo esta vez regaña a los discípulos
por impedir que los niños se acerquen a Él para que los toque. Para comprender
esta insistencia del Señor hay que ir más allá de pensar que Jesús busca solo
proteger a los niños; hecho que quedó patente con el pasaje contra el
escándalo. Cuando Jesús afirma que «de los que son como ellos» es el Reino de
Dios, no alude principalmente a la inmadurez o inocencia de los más pequeños,
ya que esto, por otra parte, es imposible recuperarlo cumplida una edad. Se
está refiriendo más bien a la disponibilidad, dependencia y receptividad que
debemos tener los adultos, así como a la conciencia de recibirlo todo y no
poseer nada por nosotros mismos. Solo quien es así está capacitado para acoger
el Reino de Dios.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo acercándose unos fariseos le preguntaron
para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». Él les
replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?». Contestaron: «Moisés permitió escribir
el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro
corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación
Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre
y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son
dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre».
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle
sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra,
comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con
otro, comete adulterio».
Acercaban a Jesús niños para que los tocara,
pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad
que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como
ellos es el Reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el Reino de
Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en brazos los bendecía
imponiéndoles las manos.
Marcos 10, 2-16