Fuente: ALFA Y OMEGA
XXVIII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo B)
Heredar
la vida eterna
La manifestación de una inquietud
No cabe duda de que ese uno del que habla
del Evangelio mostraba gran aprecio hacia Jesús. Así lo constata el hecho de
que se acerca al Señor corriendo, se arrodilla ante él y lo llama «maestro
bueno». Junto con la fascinación por Jesús, las palabras del joven revelan un
deseo sincero de llevar una vida honesta, tal y como manifiesta su pregunta:
«¿Qué haré para heredar la vida eterna?». Se comienza así un diálogo en el que
de un comienzo prometedor se terminará en una profunda decepción para todos:
para el propio joven rico, que «frunció el ceño y se marchó triste, porque era
muy rico»; para Jesús, cuyas palabras constatan la dificultad de compatibilizar
riquezas y seguimiento verdadero; para los oyentes de la Palabra de Dios, a quienes
el evangelista Marcos consigue introducir de modo único en esa decepción. Sin
embargo, lo que a primera vista parece un episodio de fracaso se convierte en
uno de los pasajes en los que el Señor aclara con mayor nitidez qué implica ser
discípulo suyo. Como si Jesús ya conociera de antemano la respuesta positiva
del joven, enumera algunos de los mandamientos de la ley, en concreto aquellos
que se refieren a la relación con el prójimo. En efecto, la contestación del
joven recuerda a un examen que ha sido cumplimentado de modo perfecto, donde el
sujeto obtiene la máxima calificación. No estamos ante un pecador público, sino
ante una persona inquieta, honesta y que hace el bien.
«Una cosa te falta»
Hasta aquí el pasaje muestra cómo quien controla la vida
del joven es él mismo, pero la escena quiere reflejar ahora el intento de
Jesucristo por entrar en su vida: «se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: una
cosa te falta». En realidad, Jesús no hace sino de espejo de la vida del joven,
puesto que él sabía que algo le faltaba cuando va corriendo y se postra ante
Jesús. ¿Qué significado tiene, pues, el «vende lo que tienes y dáselo a los
pobres»? Sin duda supone una llamada y una advertencia. Una llamada hacia un
desprendimiento total a quien pone su confianza en las riquezas y, en
definitiva, en sus propias fuerzas, sus talentos o sus seguridades meramente
humanas. La advertencia implica que quien siente esta inquietud y no la responde
no colmará nunca los deseos que Dios ha inscrito en su corazón.
La reacción de Pedro
El diálogo final entre Pedro y el Señor nos permite ver
que este seguimiento no es algo logrado para siempre, sino que constituye una
continua llamada. Así se desprende a partir de la pregunta del príncipe de los
apóstoles, que parece esperar una recompensa. La respuesta del Señor no la
niega, pero insiste en que el recibir «cien veces más» no supone una camino de
éxito o aplauso fácil, sino una configuración con la cruz del Señor.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno
corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para
heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay
nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu
padre y a tu madre». Él replico: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi
juventud». Jesús se lo quedó mirando, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta:
anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el
cielo, y luego ven y sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó
triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus
discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen
riquezas!». Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús
añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a
un camellos pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de
Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para
Dios. Dios lo puede todo». Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad os digo que quien
deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y
por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y
hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones– y en la edad
futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».
Marcos 10, 17-30