X Domingo del tiempo ordinario (ciclo B)
La autoridad de Jesús
Para comprender el pasaje del Evangelio que este domingo
tenemos ante nosotros, debemos tener en cuenta, en primer término, quiénes eran
los destinatarios primeros del mismo. La intención de Marcos no era únicamente
describir hechos y / o palabras del Señor, sino también animar a los cristianos
a imitar a Jesucristo, tomando como modelo a los primeros cristianos. Para la
época en que se escribe el Evangelio ya se había consumado la ruptura entre la
sinagoga y la comunidad cristiana. En consecuencia, no resultaba sencillo
confesarse seguidor de Jesucristo en un ambiente hostil y, por ello, Marcos
trata de mirar a Jesús durante los años de su predicación con el objetivo de
presentarlo como modelo de afrontar dificultades y persecuciones de todo tipo.
Por eso vemos que si otros pasajes anteriores de Marcos no plantean conflicto
alguno entre Jesús y los judíos, sino que sus palabras y acciones son
reconocidas y aplaudidas, a medida que avanza el texto crece la oposición de
los judíos, especialmente por parte de los fariseos y los escribas. Incluso se
da a entender que su propia familia consideraba excesiva su actividad. Para
quienes vivimos 2.000 años después de estos acontecimientos, no resulta difícil
sentirnos identificados e interpelados por las circunstancias que describe este
pasaje, pues en la vida de la
Iglesia de hoy podemos hallar dificultades e incomprensiones
similares a las que se encuentran en el Evangelio.
Con la fuerza del Espíritu Santo
Los escribas acusan a Jesús de tener dentro a Belzebú y
expulsar a los demonios con el poder del jefe de los demonios. Se trata de una
maniobra poco original en la historia del hombre: acusar de ser instrumento o
cómplice del mal a quien no piensa como nosotros, sin detenerse en considerar
si lo que se ha hecho o dicho es justo y verdadero. En el libro del Génesis
encontramos otra táctica utilizada por los escribas y que se revela tan vieja
como el hombre: echar la culpa a los demás de nuestros propios errores o
pecados. Ante el pecado cometido, Adán denuncia a la mujer y la mujer atribuye
el pecado a la serpiente. En el otro polo nos encontramos a Jesús, quien, a
diferencia de los que lo acusan, no solo no ha sido nunca cómplice del mal,
sino su aniquilador. Ya el mismo libro del Génesis nos lo presenta
proféticamente como antagonista del pecado, con la sentencia de Dios hacia la
serpiente: «Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su
descendencia». La superioridad de Jesús en el Evangelio no es solo dialéctica,
haciendo ver a todos la inconsistencia y contradicción de la acusación contra
Él. Su propia vida y, como punto culminante, su muerte y resurrección han
puesto en evidencia que nadie como él ha luchado para derrotar el mal radical
del hombre: el pecado y su consecuencia, que es la muerte. Jesús los acusa de
blasfemar contra el Espíritu Santo. Pero, ¿en qué consiste esta blasfemia? No
estamos ante un pecado más grave que otros, sino frente a la cerrazón y la
negación de la verdad y de la luz. Por eso asegura el Señor que ante ese pecado
no existe perdón, ya que es el hombre mismo el que se cierra radicalmente a
este.
Nuestra postura ante Jesús
Ante la controversia de Jesús con los escribas o la
incomprensión de sus mismos familiares debemos preguntarnos cuál es nuestra
postura ante Él. Pero no se trata de un juicio o valoración externa, que
normalmente será positivo, sino de preguntarnos si estamos dispuestos como Él a
aceptar cualquier tipo de críticas si nuestro pensamiento o modo de actuar no
se adecúan completamente al de la mentalidad dominante del lugar o época en el
que nos encontremos. Conformar nuestra vida con la de Jesucristo supone,
asimismo, entrar a formar parte de los íntimos de Jesús: «El que haga la
voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús llegó a casa y de nuevo se junta
tanta gente que no los dejaban ni comer.
Al enterarse su familia, vinieron a
llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Y los escribas que habían
bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios
con el poder del jefe de los demonios». Él los invitó a acercarse y les hablaba
en parábolas: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido
internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si
Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir,
está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar
con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En vedad os digo, todo se les podrá perdonar a
los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme
contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para
siempre». Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera,
lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu
madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les pregunta:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban sentados
alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad
de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Marcos
3, 20-35