Fuente: ALFA Y OMEGA
Solemnidad del Corpus Christi (ciclo B)
«Tomad, esto es mi cuerpo»
Junto con la Semana Santa o determinadas procesiones
patronales, el Corpus Christi es probablemente el ejemplo más característico de
piedad popular y, sin duda, el exponente público por excelencia de la devoción
eucarística. Estamos ante una fiesta, muy arraigada en España, que permite
contemplar varias realidades unidas al sacramento eucarístico.
El Señor entre su pueblo
Es difícil acercarse a la historia de cualquier pueblo sin
fijarse en los personajes más importantes que lo han guiado y acompañado, ya
sea hacia el éxito o hacia el abismo. La Biblia no es ajena a este modo de concebir la
vida del pueblo de Israel. Sin embargo, personajes como Abrahán, Moisés, el rey
David, etc., no son únicamente un punto al que dirigir la mirada para
reconocerse y caminar como pueblo, sino la garantía de que es Dios mismo el que
camina en medio de su pueblo construyendo su historia. Del mismo modo, la Iglesia a lo largo de los
siglos ha buscado expresar la cercanía del Señor Jesucristo en medio de los
hombres; no como alguien ajeno al mundo, sino como alguien que visita las
mismas calles y plazas que nosotros frecuentamos. Se trata, pues, no de
acompañar nosotros al Señor, sino de reconocer que es él quien camina y se hace
presente entre nosotros. La procesión del Corpus significa que Dios no está
alejado ni permanece indiferente ante nuestras alegrías, sufrimientos o
dolores. Es, en definitiva, una consecuencia más de la Encarnación , de que
Dios «ha visitado a su pueblo» y podemos experimentar su proximidad.
El pan de la unidad
Fijémonos ahora en el modo en el que el Señor está
presente entre nosotros. Pan y vino. Durante la procesión y la adoración vemos
algo muy sencillo, la forma más sencilla de alimento, hecho con harina y agua.
Se presenta como el alimento de los pobres, a los que el Señor ha destinado en
primer lugar su cercanía. El pan es «fruto de la tierra y del trabajo del
hombre». Ello supone que, como fruto del trabajo, hay una intervención humana
en este alimento tan básico y cotidiano. Pero, por otro lado, como fruto de la
tierra, es un don recibido, que no depende de la fuerza humana, sino de algo
que nos viene dado por el Creador. Asimismo, al estar el pan formado por granos
de trigo molidos se hace referencia a dos realidades: la entrega de Cristo, «el
grano de trigo que cae y muere», y la unidad de la Iglesia , puesto que está
formada por distintos granos. Cuando rezamos el padrenuestro pedimos: «Danos
hoy nuestro pan de cada día». Algunos padres de la Iglesia vieron aquí una
referencia a la Eucaristía ,
al pan de vida eterna, que anticipa en la tierra el mundo futuro.
La sangre de la alianza
La presencia del Señor entre nosotros está ligada a la
alianza que ha sellado con nosotros. «Esta es mi sangre de la alianza, que es
derramada por muchos», leemos en el Evangelio de hoy. Con estas palabras, Jesús
está aludiendo al pacto ratificado entre Dios y el pueblo, en tiempos de
Moisés; texto que escuchamos en la primera lectura de este domingo. Para los
israelitas la sangre significa la vida y, por ello, la sangre derramada sobre
el pueblo expresa la unión vital entre Dios y el pueblo y, en cierta medida,
una misma vida compartida. Con el derramamiento de la propia sangre, Jesús nos
hace comprender que la alianza del Sinaí, de carácter externo, era una
prefiguración de la definitiva alianza que Dios sellará con los hombres a
través del derramamiento de la sangre de su Hijo.
En suma, la presencia del Señor entre nosotros significa
que no bastan nuestros esfuerzos humanos para conseguir la salvación. Solo
Cristo, entregándose y derramando su sangre por nosotros, y asumiendo nuestra
debilidad, nos ha salvado realmente.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el
cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos
a prepararte la cena de Pascua?». Él envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a
la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo,
y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la
habitación donde voy a comer la
Pascua con mis discípulos?”. Os enseñará una habitación
grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí».
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había
dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, tomó el pan y, pronunciando
la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos
bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por
muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el
día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
Después de cantar el himno, salieron para el
monte de los Olivos.
Marcos
14, 12-16. 22-26