Hoy las lecturas son de la misa votiva de la Preciosísima Sangre.
Ésa que fue derramada por pura misericordia.
El pecado es romper con lo establecido en la ley, romper con
lo establecido.
A través de su muerte, el Señor nos perdona día a día.
Tenemos la mayor suerte del mundo los cristianos católicos con el sacramento de
la reconciliación. En este sacramento del perdón o reconciliación el Señor nos
da las gracias necesarias para seguir. De ahí el valor del perdón.
El Señor es el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo. Nosotros, a través de su muerte nos podemos limpiar. Realmente, la Sangre de Cristo limpia
nuestros pecados, nos hace renacer, nos hace poner el contador a cero.
Que el domingo cuando salgamos en la procesión vayamos
también con el corazón limpio. Que hayamos, como los santos, limpiado nuestros
vestidos con la Sangre
del Cordero.
Lo que vamos a hacer el domingo no es un paripé; es una cosa
seria.
Por su misericordia podemos alcanzar la vida eterna y
resucitar como Él resucitó.
Pidamos al Señor que la oración delante suya cale en nuestro
corazón y nuestra alma y salgamos más hermanos de Cristo presente aquí en el
altar.