V Domingo de Pascua (ciclo B)
La experiencia de comunión
Sabemos que el tiempo pascual es el período del año más
apropiado para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana. Durante
estos días, la Palabra
de Dios y la liturgia contienen abundantes fórmulas y signos que hacen
referencia a la nueva vida que Cristo nos ha otorgado a través de su Muerte y
Resurrección. Por eso, también es tradicional que muchos niños reciban ahora la Primera Comunión.
Si el Bautismo incide en el hecho de ser incorporados a una comunidad concreta,
que es la Iglesia ,
la Eucaristía
lo concreta a través de la recepción del cuerpo y la sangre de Cristo. Se trata
de dos sacramentos que no hacen sino ahondar en el vínculo entre Jesucristo y
el cristiano, que, al mismo tiempo, supone una mayor unión entre los hermanos.
De hecho, cuando un niño recibe por primera vez la Eucaristía decimos que
hace la comunión. Comunión con los hermanos y comunión con el Señor. Estamos
ante un mismo acontecimiento que se despliega en dos vertientes. Recibimos al
Señor en comunión con la
Iglesia. La vida cristiana y la salvación de los hombres «no
se concibe aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino
constituyendo un pueblo», nos ha recordado recientemente el Papa Francisco,
citando el Concilio Vaticano II, en su última exhortación apostólica Gaudete
et exsultate, sobre la llamada a la santidad. En realidad, el magisterio
constata no un deseo, sino la plasmación histórica de la relación entre Dios y
el hombre.
Permanecer en la vid
Tanto este domingo como el próximo escuchamos las palabras
de Jesús en su cena de despedida, con las que da a sus discípulos instrucciones
para cuando él falte. Jesús quiere ahora incidir en la comunión con él. Para
ello nos compara con los sarmientos unidos a la vid. Como en tantos otros
casos, el Señor se sirve de realidades de la vida corriente de sus oyentes, que
no requieren amplios y elaborados discursos para comprenderlas. Con todo,
merece la pena señalar algunos puntos. En primer lugar, no es Jesús el primero
en referirse a la vid en la
Biblia. Israel es comparado con una viña fecunda cuando es
fiel a Dios. En segundo lugar, escuchamos repetidamente el verbo permanecer.
Tal insistencia solo se justifica porque es el único modo de tener vida: si el
sarmiento está unido a la vid hay vida; si no, viene la muerte. Por eso,
mediante el Bautismo somosinjertados en la vid, es decir, en la
persona de Jesucristo y en el misterio de su Muerte y Resurrección. Y de esta
raíz recibimos la savia para participar en la vida divina, que es alimentada
por los sacramentos, y, en particular, por la Eucaristía.
La oración y la caridad
Aparte de la unión al Señor y a la Iglesia mediante los
sacramentos, la tradición cristiana ha contemplado siempre dos medios para que
demos fruto abundante en esa vid: la vida de oración y la caridad. La
fecundidad de nuestra vida depende de nuestra oración, y podemos tener
confianza en que somos escuchados cuando oramos, porque nuestros frutos son
obra de Jesús a través de nosotros. Por otro lado, la prueba fehaciente de que
vivimos unidos a la vid, que es Cristo, es la caridad. San Juan nos pide, en la
segunda lectura, que «no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con
obras». A través de la parábola de la vid y los sarmientos, el Evangelio nos
permite ver que la caridad no consiste en primer término en un esfuerzo por
nuestra parte, sino que es un don de Dios, que se nos ha concedido por el hecho
de permanecer unidos a la vid. Al mismo tiempo, el amor es el termómetro para
verificar que estamos realmente injertados en Cristo. Así pues, con esta
sencilla imagen, el Evangelio de este domingo ayuda a percibir, bajo el prisma
de la vid y los sarmientos, cómo la vida cristiana solo se puede concebir
arraigada en Cristo y en comunión con la vida de la Iglesia. No es
posible, por lo tanto, ser cristiano sin mantener este doble vínculo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da
fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más
fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced
en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la
vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto
abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo
tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al
fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que
deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Juan
15, 1-8