Domingo de Resurrección (ciclo B)
El paso de la muerte a la vida
Si por un instante nos fijamos en el modo en que
celebramos la Semana
Santa en nuestras comunidades cristianas, observamos que la
tradición popular, especialmente en España, se centra en subrayar los episodios
de la Pasión y
Muerte del Señor. En muchos lugares da la impresión de que la Semana Santa culmina
con la procesión del santo entierro, tras haber celebrado intensamente los
oficios del Jueves y Viernes Santo, y haber acompañado al Señor en el vía
crucis. Son costumbres que, obviamente, contribuyen no poco a comprender el
dolor y el sufrimiento de Cristo en sus últimas horas. Sin embargo, esta
visión, sin pretenderlo, puede oscurecer la realidad fundamental que celebramos
estos días: que la muerte ha sido vencida. No hay día más importante en el año
litúrgico que el Domingo de Pascua. Si nos retrotraemos a los primeros
vestigios de las celebraciones cristianas, encontramos testimonios, incluso de
autores paganos, que atestiguan que los seguidores de Jesucristo se reunían el
primer día de la semana para reconocer a Cristo como Dios y cantarle himnos. Es
así como comienza el pasaje del Evangelio que este domingo tenemos ante
nosotros: «El primer día de la semana […] al amanecer». Es interesante
constatar cómo el Evangelio pretende, especialmente en los momentos
fundamentales de la vida del Señor, dejar claro que todo lo que ocurre en torno
a Jesús es posible situarlo en el tiempo y en el espacio: se nos dice cuándo y
en qué lugar, dándonos también información sobre otras circunstancias que
delimitan un acontecimiento preciso de la vida del Señor. Asimismo, para que lo
narrado no pueda considerarse un cuento o un relato fantástico, se presentan
los testimonios de personas concretas que pueden asegurar que lo ocurrido es
verdadero y no inventado. Por eso, en el pasaje de este domingo, con la
finalidad de confirmar el valor de lo narrado, aparece cuatro veces el
verbo ver. María Magdalena «vio la losa quitada del sepulcro»; el
otro discípulo «vio los lienzos tendidos»; Pedro «vio los lienzos tendidos y el
sudario con que le habían cubierto la cabeza». Por último, el otro discípulo
«vio y creyó». Es fundamental notar que lo que es visto por María Magdalena o
por los discípulos sería percibido sin problema por cualquiera que pasara por
allí. Evidentemente, la descripción de estos hechos no sustituye la fe de los
discípulos en la
Resurrección.
Acontecimiento que cambia la vida
Ciertamente, el texto del Evangelio pretende eliminar
cualquier viso de invención o exageración en la descripción de los hechos, a la
vez que defender el acontecimiento concreto de que Jesucristo vive. Pero
también busca resaltar el contraste en la vida de los discípulos a partir de
ese momento. Con las palabras «hasta entonces no habían entendido la Escritura » se hace
referencia no solo a la cierta oscuridad e imposibilidad intelectual por parte
de los discípulos antes de la
Resurrección de Cristo. Se debe comprender esta afirmación,
asimismo, como el inicio de una nueva vida para los seguidores de Jesucristo.
Puesto que han visto, han creído, es decir, se ha modificado radicalmente su
concepción sobre su propia vida, su misión e, incluso, sobre la misma historia
humana. Este cambio quedará plasmado en el resto del Nuevo Testamento,
especialmente en el libro que refleja los inicios de la vida de la Iglesia y que marca el
tiempo pascual: los Hechos de los Apóstoles. En el pasaje que escuchamos como
primera lectura, Pedro se presenta como un testigo privilegiado de todo lo que
ha sucedido. Con todo, el haber sido testigo supone una gran responsabilidad:
en primer lugar, el conformar la vida con aquello que se ha visto y se ha
creído; en segundo lugar, la misión de anunciar al pueblo lo que ha sucedido y
sigue ocurriendo. Así pues, celebrar la Pascua implica tomar conciencia de que la Resurrección de
Jesucristo sigue necesitando de personas que, tratando de aplicar lo que
Jesucristo hizo y enseñó, se encarguen de predicar al pueblo, dando testimonio
de una realidad que ha cambiado para siempre la vida del hombre.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Evangelio
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al
sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien
Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.
Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se
adelantó y llegó primero al sepulcro e, inclinándose, vio los lienzos tendidos;
pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro;
vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no
con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el
otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues
hasta entonces no habían entendido la Escritura : que Él había de resucitar de entre los
muertos.
Juan
20, 1-9