IV Domingo de Pascua (ciclo
A). Domingo del Buen Pastor
Jesucristo como puerta y pastor
Desde el libro del Génesis, el primer libro del Antiguo
Testamento, la imagen del pastor que conduce el rebaño se encuentra fuertemente
arraigada en la
Sagrada Escritura. La cultura israelita estaba dominada por
una sociedad de pastores. Por eso no será extraño escuchar a lo largo de la Biblia alusiones constantes
hacia este oficio. Por una parte, el pastor es el jefe que guía el rebaño. Es
un hombre fuerte, capaz de defender a las ovejas contra las fieras. Pero al
mismo tiempo se preocupa cuidadosamente por el estado de su rebaño. Se adapta a
su situación y, si es oportuno, lleva a las ovejas en sus brazos. Su autoridad
se fundamenta, por lo tanto, en el conocimiento, en la entrega y en el amor a
su rebaño. Este es el motivo por el cual en el Antiguo Oriente los reyes eran
considerados como los pastores de un gran rebaño, al que habían de cuidar. Esta
imagen será asumida por la
Escritura para describir la relación de Israel con Dios o del
pueblo de Dios con Cristo o sus enviados.
Una relación de conocimiento y amor
San Juan considera la Iglesia bajo el cayado de Jesucristo, el único
pastor. El evangelista parte de que nadie puede querer lo que no conoce. Para
que exista amor verdadero, ha de haber un conocimiento previo. El Evangelio que
nos ofrece la liturgia de este Domingo del Buen Pastor trata de describir los
rasgos más significativos de la relación entre Cristo-Pastor y su rebaño. La
relación es tan profunda que es difícil de romper. Y el fundamento de este
vínculo es el conocimiento recíproco y el amor. Y este conocimiento y amor
mutuo es capaz de crear una nueva existencia en el hombre. Si se mantiene la
relación, se nos garantiza la vida: «He venido para que tengan vida y la tengan
abundante», concluye el pasaje de san Juan.
La actitud del rebaño hacia Cristo, el Pastor, es descrita
mediante dos verbos: escuchar y seguir. Para seguir al Señor es necesario
escuchar su Palabra, para poder alimentar la fe y posibilitar que esta aumente
día tras día. Si estamos atentos a la voz del Señor, podemos valorar nuestro
obrar, de manera que se adecúe a la voluntad del Señor. A partir de la escucha,
podemos seguir al Señor. Pensemos en los discípulos que vivían con el Señor. Para
iniciar el camino junto a Jesús tuvieron que escucharlo. Solo a partir de ahí
comenzaban un itinerario de vida junto a él.
Pasar por la puerta: el Bautismo y la vida cristiana
Jesús se presenta a sí mismo como el único mediador. Así
lo explicita cuando afirma: «Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han
venido antes de mí son ladrones y bandidos». El Señor nos dice que para llegar
a conocer a Dios es necesario pasar por Él, que es su hijo y el verdadero
pastor del rebaño. Para los cristianos, la puerta se nos abre en el momento del
Bautismo. Por eso es útil poner en relación el pasaje evangélico con la primera
lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles. Cuando, tras el anuncio
de la resurrección, los judíos preguntan a los apóstoles qué han de hacer,
Pedro contesta: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre
de Jesús». El Bautismo se presenta como el modo esencial de pasar por la
puerta. A partir de ahí, toda la vida del cristiano ha de ser una respuesta al
sacramento que ha recibido. Por eso, Cristo es también referencia para la moral
cristiana. No vivimos un comportamiento o una moral cristiana sin más, sino
porque estamos respondiendo a un don recibido previamente: el de haber sido
conocidos y amados por el verdadero y único pastor del rebaño. Si Jesucristo es
modelo de vida para nosotros, el seguimiento a su persona consiste en hacer
cuanto él hizo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús: «En verdad, en verdad os
digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta
por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es
pastor de las ovejas. A este le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz,
y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado
todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque
conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no
conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron
de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy
la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y
bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por
mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra
sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y
la tengan abundante».
Juan 10, 1-10