IV Domingo de Cuaresma
- de Laetare (ciclo A)
La luz del mundo
Según el pensamiento de la tradición religiosa de la época
de Jesús, cuando una persona tenía alguna limitación física importante, se daba
por supuesto que la causa era el pecado suyo o de sus padres. Por el contrario,
el Señor, ante la limitación y el sufrimiento humano, no piensa en las culpas
de quien padece la enfermedad, sino en que toda persona ha sido llamada por
Dios a la vida y es una ocasión para que la misericordia, el amor y el poder de
Dios se manifiesten. El propio gesto que realiza Jesús este domingo hace
referencia a la creación del hombre. Él toma tierra y, con saliva, hace barro,
para después untarlo en los ojos del ciego. También el hombre ha sido modelado
con las manos de Dios, a quien le ha insuflado la vida. En definitiva, el
pasaje que hoy tenemos ante nosotros quiere poner de manifiesto que cada acción
concreta del Señor está cumpliendo una nueva creación; una obra que no se
circunscribirá a la curación física, sino que propiciará por parte del ciego el
reconocimiento hacia Cristo como Señor y como «luz del mundo», a través de un
proceso que implica lo más profundo de la persona.
Un acontecimiento real
La narración de la escena es bastante realista y refleja
el orden lógico de los acontecimientos. En primer lugar, encontramos un suceso
real. El ciego «fue, se lavó y volvió con vista». El propio ciego, más
adelante, afirmará: «Solo sé que yo era ciego y ahora veo». Simplemente se
describe una realidad. La escena evangélica narra un hecho constatable. Prueba
de ello es el siguiente paso del relato, que se resumiría en la sorpresa y la
admiración ante el acontecimiento: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?».
Verdaderamente, se ha producido algo inaudito. Las valoraciones sobre lo
ocurrido solo podrán hacerse partiendo del mismo suceso. Esta observación no es
insignificante, por obvia que parezca. A menudo se presenta la fe como un
conjunto de creencias, sin un fundamento en la realidad. Ello es peligroso,
puesto que da pie a considerar la fe como algo irracional. Y esta es, en cierta
medida, la causa de que no falten corrientes de pensamiento que consideran
ridículo que el hombre actual crea. El Evangelio de hoy nos hace caer en la
cuenta de que la realidad de los sucesos no puede quedar nunca en segundo
plano.
El paso hacia la fe
A partir del hecho real –el paso de la ceguera a poder
ver– el ciego de nacimiento experimentará una evolución que le llevará al
reconocimiento de Jesús como Señor. Con ello se nos manifiesta que la fe es
habitualmente un proceso gradual: en primer lugar, se produce un encuentro con
Jesús, a quien el ciego reconoce como una persona entre las demás; después lo
considera un profeta; por último, sus ojos son capaces de abrirse totalmente y
proclamarlo «Señor». Este es el instante en el que este hombre percibe en el
hecho de ser curado el signo que le lleva a descubrir a Jesús como la fuente de
su salvación. La frase «solo sé que yo era ciego y ahora veo» adquiere un nuevo
sentido tras la confesión: «Creo, Señor». A partir de ahora verá no solo
físicamente, sino también espiritualmente. Ahora bien, ver espiritualmente no
significa que estemos ante un visionario, ya que su nueva forma de observar, la
de la fe, tiene causa real. Gracias al hecho de encontrarse con quien le ha
dado la vista, su razón ha sido capaz de ensancharse y su libertad de adherirse
a quien ha cambiado su vida por completo. La libertad juega un papel
fundamental. Muestra de ello es que ni los fariseos, ni los vecinos, ni
siquiera los padres del ciego han sido capaces de reconocer a Jesucristo como
el autor de la salvación de este hombre. Para ellos prevalece el prejuicio de
que Jesús no podía ser el Mesías sobre la realidad misma de lo que ha sucedido.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de
nacimiento. Entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó
en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que
significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los
que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: « ¿No es ese el que se
sentaba a pedir?». Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le
parece». El respondía: «Soy yo». Llevaron ante los fariseos al que había sido
ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los
fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me
puso barro en los ojos, me lavé y veo». Algunos de los fariseos comentaban:
«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban:
«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y
volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los
ojos?». Él contestó: «Que es un profeta». Le replicaron: «Has nacido
completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?». Y lo
expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: « ¿Crees
tú en el Hijo del hombre?». Él contestó: « ¿Y quién es, Señor, para que crea en
él?» Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es». Él
dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él.
Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38