III Domingo de
Cuaresma (ciclo A)
En espíritu y verdad
Tras haber escuchado los dos primeros domingos de Cuaresma
los relatos de las tentaciones del Señor en el desierto y la Transfiguración ,
la temática del Evangelio da un giro. Durante tres domingos, a partir de hoy,
el texto evangélico propuesto por la liturgia vinculará a Jesús con tres
realidades significativas: el agua, con el encuentro entre el Señor y la
samaritana; la luz, mediante el episodio de la curación del ciego de
nacimiento; la vida, a través del pasaje de la resurrección de Lázaro. Agua,
luz y vida aparecen, por lo tanto, como temas centrales del itinerario
cuaresmal, ya que apoyan la catequesis bautismal. En efecto, desde hace siglos,
la Iglesia ha
llevado a cabo durante este período la preparación próxima a la recepción de
este sacramento. El detenernos en estos pasajes permite a quienes ya hemos
recibido los sacramentos de la iniciación cristiana profundizar en la
comprensión de los mismos.
El encuentro con la samaritana
La escena de hoy nos permite apreciar, en primer término,
la relevancia del encuentro entre Jesús y la samaritana. No era sencillo
entablar una conversación entre Jesús y esta mujer, dado que, como indica el
mismo pasaje, «los judíos no se tratan con los samaritanos». Este pueblo es
despreciado en la Escritura
y, hasta cierto punto, es tenido como un grupo heterogéneo y poco organizado.
Tampoco desde una óptica religiosa se les consideraba a la altura de la piedad
de sus vecinos del sur, los judíos. De ahí se entiende la reacción de la
samaritana, cuando dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que
soy samaritana?». Sin embargo, a Jesús parece importarle poco la procedencia de
esta persona. Tampoco dudó en poner en una parábola como ejemplo de
misericordia a un samaritano, frente al sacerdote y al levita. Con ello el
Señor ha querido mostrar no solo que a Jesús poco le importan los estereotipos
sobre las personas, sino también que ninguna condición previa es un obstáculo
definitivo para el diálogo entre Dios y el hombre. Siempre es posible esta
comunión si nosotros no la impedimos, puesto que la iniciativa la lleva el
mismo Señor.
«Dame de beber»
La conversación es iniciada por Jesús, quien a causa del
cansancio físico le pide agua a la samaritana. Si en un primer momento esta
mujer parece tener en su mano la capacidad de saciar la sed del Señor,
enseguida Jesús se erige en la fuente del agua verdadera, del agua viva. Lo que
al principio se plantea como Jesús, objeto de la misericordia de una persona
que, por casualidad, se ha encontrado, se transformará en una ocasión del Señor
para revelar su misión y cambiar la vida de la samaritana. Así se refleja en la
frase: «Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir
aquí a sacarla». Evidentemente, la mujer ha comprendido que el Señor le ofrecía
algo más profundo que el agua física. También muestra la situación anterior:
una vida de rutina que solo producía sed y que, a pesar de acudir a este o a
otros pozos, no daba respuesta a lo más profundo de su corazón.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samaría
llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el
pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo.
Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le
dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le
contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de
beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si
no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más
que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos
y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener
sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que
yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la
vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed,
ni tendré que venir aquí a sacarla». Veo que tú eres un profeta. Nuestros
padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe
dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora
en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a
uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación
viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre
desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que adoran deben hacerlo en
espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo;
cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla
contigo».
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él. Así,
cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y
se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y
decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos
oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».
Juan 4, 5-15. 19-26. 39a. 40-42