Extraemos y publicamos el bellísimo artículo publicado hoy que ha de llenar de orgullo a todo hermano de nuestra cofradía así como a los incontables devotos de nuestro Divino Nazareno.
En Cuaresma, como tras el biombo de la levedad del ser, se vuelve uno
incógnito de sí mismo. Principia -non sine gloria- la cuenta atrás. In illo
tempore nuestro despertar adolescente crecía al son de un disco de marchas
procesionales comprado en Suinve por alguno de los hermanos mayores -los de
sangre y no los de cofradías de la familia-. De entonces acá el tiempo de la
ceniza era signo y viento de la hora, por expresarlo en términos tan de José
María Pemán. Pronto leímos la 'Exégesis trina' de la obra 'La lámpara
maravillosa' de Valle-Inclán: "El enigma bello de todas las
cosas es su posibilidad para ser amadas infinitamente. El mortal que resolviese
en amor todas sus acciones, volvería al estado primitivo de la naturaleza y
vería el rostro de Dios". ¿Del Dios que Jerez reconoce en el entresijo de
lo siempre entrevisto? Sí. Del Dios del arte en manos de Paco Pinto
Berraquero. Del Dios de la nunca errátil esbeltez en el anagrama de una
plegaria muda. Del Dios que baja a la ciudad para misturar y mixturar el magma
germinativo de lo bello.
Miércoles de Ceniza y primer viernes de marzo coinciden en la férula de
la devoción popular. Apenas han transcurrido unos días de miel y encanto
quietista. Sobre el escabel de la tradición se asienta el incólume bis del año
anterior. Y así -erre que erre- retrospectivamente. Retorno a la esencia.
Flamígero regreso a la semilla. La inquebrantable fe del pueblo sencillo. Y del
intelecto del corpus humano de la ciudad como sacabrocas de todo
encorsetamiento.
En San Francisco y San Lucas el mismo Nazareno porta idéntica cruz. Se
ofrecen en ceremonias de besamanos y besapié. Y cobra vigencia la frase de Henri
de Lubac: "El sufrimiento es el hilo con el cual se ha tejido la tela
de la alegría". Ríos de fieles guardan cola, custodian el turno, apaciguan
la impaciencia con versicular tesón. No existen redenciones malheridas.
Manifestación desprovista de pancartas y amnesia histérica. Tradición no
atávica. Ningún asomo de revanchismo social. Creencia que se renueva en el
diafragma de la fascinación espiritual. Transfiguración coetánea cuya génesis
no halla prefacio. Un beso y otro a las plantas del Nazareno de Ramón
Chaveli -uno ingrávido y aún resistente, el otro ya vencido por la
molicie de los pecados ajenos-. Mas… ¿cuántos besos hacia Quien naciera en el
pesebre de la plaza Mirabal? Si existiese un besómetro que midiese la cantidad
de besos que reciben nuestros Cristos, los Nazarenos de Chaveli se llevarían la
palma de los millares y millares de generaciones y generaciones de jerezanos de
todas las edades, condiciones y épocas. La temperatura de la devoción
cristífera se toma con el besómetro de los Nazarenos de Chaveli. Los más
besados sin parangón por largo: el Señor de la Vía-Crucis y Jesús de
las Tres Caídas. ¡Cuánto amor en la astilla del silencio!
Foto: N.H.D. Manuel Piñero Dueñas |