XXII Domingo del
tiempo ordinario (ciclo C)
Humildad
Idea principal:
Todo seguidor de Jesús en el “banquete de la vida” debe ser humilde para
ponerse en el último lugar y generoso, cuando invite a comer a los
demás.
Síntesis del mensaje: No
es fácil vivir los dos consejos que Cristo hoy nos invita a poner en práctica:
primero, ponernos en el último lugar -¡qué locura!-, y después, invitar a
comer, no a nuestros amigos y familiares, sino a los que no conocemos, -¡el
colmo!- e incluso a quienes nos resultan antipáticos. Razones habrá tenido
Jesús al darnos estos dos consejos que no son a primera vista naturales. Ya la
1ª lectura nos decía: “Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios”.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar,
toda la liturgia de hoy es una invitación a vivir la virtud de la humildad.
Virtud que antes de Cristo no era cotizada, al contrario, era infamia y
defecto, porque los grecolatinos siempre buscaban la excelencia, el sobresalir,
la “areté”. La palabra humildad proviene del latín humilitas,
que significa “pegado a la tierra”. Es una virtud moral contraria a la
soberbia, que posee el ser humano en reconocer sus debilidades, cualidades
y capacidades, y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, sin decirlo. De
este modo mantiene los pies en la tierra, sin vanidosas evasiones a las
quimeras del orgullo. Santo Tomás estudia la humildad en la 2-2, 161, y
dice: “La humildad significa cierto laudable rebajamiento de sí mismo, por
convencimiento interior“. La humildad es una virtud derivada de la
templanza por la que el hombre tiene facilidad para moderar el apetito
desordenado de la propia excelencia, porque recibe luces para entender su
pequeñez y su miseria, principalmente con relación a Dios. Humildad es ponernos
en nuestro sitio exacto: soy pecador, redimido por Cristo. ¿De qué puedo
presumir? Y poner a Dios en su lugar, el primero. Por eso, también la humildad
es virtud derivada de la justicia, por la que damos a Dios lo que es de Dios:
nuestras cualidades y talentos. La humildad es el cimiento de todo el edificio,
como escribió santa Teresa en las Moradas Séptimas 4, 9. Sin humildad todas las
demás virtudes se derrumban o son postizas.
En segundo lugar, ¿por
qué tenemos que ponernos en el último lugar? Metámonos en el corazón
de Jesús. Para evitarnos humillaciones en la vida – “oye, amigo, cede
ese lugar a otro más importante que tú”-, Cristo nos aconseja humillarnos a
nosotros mismos. A nosotros nos resulta difícil seguir este consejo de Cristo.
Nos gusta ocupar siempre, en la medida que podemos, los puestos principales, ¿a
quién no?. Está en nuestra naturaleza humana. No aceptamos de buena gana ser
tan modestos que nos pongamos en el último lugar. Lo que hay detrás de este
consejo de Jesús es esto: primero, que sólo Dios nos dé honor y gloria,
y no los hombres; segundo, que sólo al humilde Dios le da sus gracias y
lo quiere (1ª lectura), y finalmente, Cristo nos dice que para
entrar en el banquete del Reino tenemos que ser humildes. Tenemos hambre y sed
de honor y gloria personales; pero si cedemos a esta inclinación caemos en
egoísmo, soberbia y vanidad, y no andaremos en la verdad, pues como decía santa
Teresa de Jesús: “La humildad es andar en verdad; que lo es muy grande
no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada”. Buscar
nuestra gloria nos rebaja. Los grandes santos tuvieron que luchar también
contra esta tendencia: santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, por poner
unos ejemplos. La humildad es una virtud que vino Jesús a enseñárnosla en
persona, porque solos no podríamos aprender esta lección. Pero es la humildad
la que definitivamente abre el corazón de Dios y el corazón de los hombres. Una
persona soberbia y vanidosa cae mal en todas partes. La búsqueda de honores y
sillones demuestra una actitud posesiva. Quien busca directamente honores, no
los merece. Otro motivo para ser humildes: es que nos hace bien sobre todo a
nosotros mismos, pues nos hace conocernos y aceptarnos mejor a nosotros mismos.
El que es humilde, se ahora muchos disgustos y goza de una mayor paz y armonía
interior y psicológica.
Finalmente, ¿por
qué tenemos que invitar a comer a quienes no conocemos o son pobres, y ser
generosos y espléndidos en nuestros dones y regalos? Metámonos en el
corazón de Jesús. Cristo nos dio todo: su Iglesia, sus sacramentos, su vicario,
su Madre, sus vestiduras, su evangelio, su testamento. No se quedó ni se
reservó nada para Él. Fue siempre generoso. Lo normal es que cuando hacemos un
banquete invitemos a parientes y amigos. Es la ley de la “reciprocidad
comercial”. Ellos nos retribuirán después. Y Jesús nos dice que ahí no hay
mérito, y propone la ley de la “generosidad gratuita”. Tenemos que buscar la
recompensa divina, distinta de la recompensa humana que vicia las relaciones,
inoculando el interés personal en una relación que debería ser generosa y
gratuita. Invitar a los pobres, sí. En el Salmo de hoy nos dice que Dios
prepara casa a los desvalidos y pobres. Ellos, los pobres, serán los mejores
guardianes de nuestra humildad. Su indigencia los tiene habituados a considerarse
vacíos y despojados, experimentando cada día la necesidad del auxilio ajeno
para poder vivir, y así pueden enseñarnos con su ejemplo a practicar esta
virtud tan valiosa pero tan ardua. Y no olvidemos lo que nos dice san Pablo: “Hay
más alegría en dar que en recibir” (Hech 20, 35).
Para reflexionar: Meditemos este párrafo de santa Teresa de Jesús: “Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante a mi parecer sin considerarlo, sino de presto esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entienda agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella. Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento, amén” (Moradas VI, 10, 7).
P. Antonio Rivero Regidor, L.C.
Evangelio
En aquel tiempo, entró Jesús un
sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le
estaban espiando. Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les
dijo una parábola: Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas
en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido
que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: "Deja el sitio
a éste", y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al
contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera
que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más
arriba." Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén
contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se
humille, será ensalzado. Dijo también al que le había invitado: Cuando hagas
una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los
parientes , ni a los vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te inviten y
tengas ya tu recompensa. Cuando hagas una comida llama a los pobres, a los
tullidos, a los cojos y a los ciegos, y tendrás la dicha de que no puedan
pagarte, porque recibirás la recompensa en la resurreción de los justos.
Lucas 14, 1. 7-14