Fuente: ALFA Y OMEGA
El 16 de octubre de 2016 Manuel González será
declarado santo. La curación milagrosa de María del Carmen, a cuyo hijo ha
entrevistado Alfa y Omega, ha permitido la canonización del obispo sevillano.
María del Carmen Varela Feijóo, con 78 años, acudió
aquel día de noviembre de 2008 al hospital de la Princesa para que le
comunicaran el tratamiento al que se tenía que someter para tratar un linfoma
no Hodgkin plasmablástico, un tipo de cáncer muy agresivo. Previamente, los
médicos ya habían advertido a la familia de que «si no acababa con ella la
enfermedad lo haría el tratamiento», explica a Alfa y Omega su hijo Ramón
Carballás Feijóo.
Fueron años muy duros para la familia. A la muerte de
su única hermana le siguió un ictus sufrido por el padre y el linfoma de la
madre cuyo tratamiento podía desgastarla hasta la muerte. A pesar de todo, su
confianza la tenían puesta en el Señor. «Nunca perdimos la fe, ni echamos las
culpas a Dios. Pensábamos: “Señor, ¿es tu voluntad? Pues adelante”», recuerda
Ramón.
Cuando la médico auscultó a María del Carmen antes de
comunicarle el proceso oncológico de quimioterapia, no se podía creer que no
hubiera ni rastro de la enfermedad. El cáncer había desaparecido por completo.
Desde el punto de vista médico fue un hecho absolutamente extraordinario y sin
explicación. Cuando María del Carmen recibió la noticia, según reveló ella
misma en un texto en el que dejó escrito su testimonio, acertó a preguntar a la
doctora entre lágrimas: «¿Puede ser un milagro?». «Yo no creo en los milagros,
pero sí», le contestó la médico.
La devoción de un sacerdote
En todo el proceso tuvo un papel clave la devoción
por el beato Manuel González –obispo de Málaga y Palencia, nacido en Sevilla,
que murió con fama de santidad en 1939– del sacerdote Francisco Teresa León,
oriundo de Palencia y que coincidió con los Carballás Feijóo en la parroquia
san Juan de Ribera, de Madrid.
Teresa León fue quien entregó en diciembre de 1953
una reliquia y una novena de Manuel González a Sara Ruiz Ortega, una joven de
18 años de Requena de Campos desahuciada por los médicos a causa de una
peritonitis tuberculosa y que se curó milagrosamente pocos días después. El
caso fue elegido por el Vaticano para declarar beato a don Manuel, ceremonia
que fue presidida por san Juan Pablo II el 29 de abril de 2001.
El sacerdote palentino también fue un colaborador
necesario en el segundo milagro. Cuando María del Carmen mandó a su marido para
que llamara al cura y que este le impartiera la extrema unción, y ante la
imposibilidad del sacerdote de acercarse en ese momento, Francisco Teresa le
hizo llegar una estampa del beato con la recomendación de que la rezara «con
mucha devoción».
La propia María del Carmen, antes de morir en 2011
por otras causas que nada tenían que ver con el linfoma, dejó escritos sus
sentimientos y padecimientos a los que tenía que hacer frente a diario: «Tan
mal me encontraba que creí que Nuestro Señor me llamaba. Tenía mucha fiebre y
no podía levantarme de la cama, por eso quería, para mi tranquilidad
espiritual, reconciliarme con Nuestro Señor y recibir los últimos sacramentos.
No sentía ninguna angustia. Pensaba que había llegado mi momento, que sería
perdonada y que la Virgen ,
con Nuestro Señor, me recibirían con su misericordia y perdón».
La primera novena
El marido de María del Carmen apareció entonces por
casa con la estampa que le había dado el párroco. Ella nunca había rezado antes
una novena. Al cuarto día de empezarla, tuvo que acudir al hospital para que le
comunicaran el plan de quimioterapia. «Pues no voy a hacerle nada. Ni quimio ni
ningún otro tratamiento. No necesita nada porque increíblemente el linfoma ha
desaparecido. Esto es increíble pero es así. ¡No está!», afirmó la doctora.
La primera reacción de la paciente y su familia fue
pensar «que se trataba de un error, que se había producido alguna equivocación
en alguna de las pruebas o en el diagnóstico porque la verdad es que no
estábamos preparados para recibir un milagro», asegura Ramón. En el hospital le
empezaron a hacer infinidad de pruebas de seguimiento para verificar qué había
pasado. Durante los siguientes nueve o diez meses tuvo que continuar acudiendo
al hospital para hacerse más pruebas, más tacs… No encontraban nada. No había
ninguna explicación. Incluso se mandó al Centro Nacional de Oncología (CNO) el
bloque de parafina con la biopsia para que lo revisaran. Confirmaron el
diagnóstico. Había habido regresión espontánea. Por segunda vez volvieron a
mandar las pruebas al CNO. «¿Certifica usted y vuelve a reafirmarse en el
diagnóstico?», volvieron a preguntar. Y obtuvieron idéntica respuesta.
Casi un año después, los médicos cerraron el
expediente arguyendo: «regresión espontánea sin causa justificada». Entonces,
asegura Ramón, «fuimos conscientes de la magnitud del milagro y empezamos a
hacer las gestiones oportunas para añadir el caso a la causa de canonización»,
que en ese momento estaba a la espera de un segundo milagro para poder elevar a
los altares al beato, conocido como el apóstol de la Eucaristía.
El Vaticano estudió exhaustivamente toda la
documentación y certificó que, efectivamente, se trataba de un milagro por la
intercesión del beato Manuel González. El 3 de marzo, el Papa firmó el decreto
que autorizaba la canonización, que, según anunció el propio Francisco este
lunes, se celebrará el próximo 16 de octubre de 2016.