XI Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
Del amor al perdón
El Evangelio de este domingo es un hermoso texto para
meditar con calma y obtener consecuencias prácticas. Jesús es invitado a comer
en casa de un fariseo llamado Simón. Aunque se mostró correcto con Jesús, no
fue muy protocolario en el afecto a su invitado. Tal vez quería observar de
cerca, a la vista de un buen número de comensales, al popular huésped para
poder opinar sobre su identidad.
Todo transcurría correctamente hasta que se vieron sorprendidos
inesperadamente por la presencia de una mujer, bien conocida por todos en la
ciudad: una pecadora pública. Sabía que estaba allí Jesús, y le mostró un
afecto inusual con los gestos descritos en el texto.
El hecho desconcierta y escandaliza a Simón y a los
comensales. Permanecen inmóviles. Nadie expulsa a aquella mujer. Pero todos la
juzgan interiormente, a ella y a Jesús: ¿Cómo es posible que este hombre se
deje tocar por una pecadora a la vista de todos? Según las leyes judías,
quedaba impuro. En el Evangelio del domingo pasado, era Jesús el que tocaba el
féretro del joven de Naím; en este Evangelio es una pecadora la que toca a
Jesús; en ambos casos, se incurría en impureza ante la ley judía.
¿Por qué Jesús acepta las muestras de afecto de esta mujer
sin inmutarse ni escandalizarse? ¿Por qué esta mujer con tal reputación trata
así a Jesús? Esta mujer sabía que era una gran pecadora y había sido perdonada
por Jesús de sus muchos pecados. No sabemos cuándo ni cómo se produjo este
encuentro; pero sí sabemos que el amor y perdón de Jesús había convulsionado
hondamente el corazón de esta mujer hasta provocar su conversión. Había pecado
mucho, pero había sido mucho más perdonada. Sus lágrimas, sus gestos, el caro
perfume… quieren mostrar su inmenso amor y agradecimiento por el perdón
recibido.
Simón y los comensales juzgaban solo su exterior, sin
conocer su interior. Por eso, el Señor aprovecha el momento para exponer una
enseñanza a modo de parábola. La historia de un acreedor y dos deudores. La
situación de ambos es desesperada, porque ninguno podía pagar la deuda. Sin
embargo, la misericordia del acreedor perdona la deuda desigual de ambos. Pero
la gratitud no fue la misma: uno le amó más que el otro. A quién más se le
perdonó, más amó. Y esta es la enseñanza que dirige Jesús al anfitrión, que se
creía justo y perfecto, y sin embargo era pecador como la mujer.
La mujer es humilde, reconoce no solo su pecado, su enorme
deuda para con Dios, sino también la inmensidad de la gracia del perdón de
Jesucristo. Jesús enseña a Simón, el fariseo, a no juzgar ni condenar a los
demás, porque él también tiene defectos y es pecador. Hasta el punto de poner
como ejemplo ante aquellos dignos y soberbios comensales el comportamiento de
aquella denigrada mujer: a esta mujer, que ha pecado mucho, se la ha perdonado
mucho, por eso ama mucho. El amor es fuente de perdón. Y el perdón es fuente de
amor. El amor misericordioso de Cristo perdona a la mujer pecadora. Y el perdón
gratuito recibido por aquella mujer se transforma en amor gozoso y liberador
hacia Cristo.
No olvidemos la lección de este texto evangélico. No
juzgues. No condenes. Al que poco se le perdona, poco ama. Al que mucho se le
perdona, mucho ama. El amor comprensivo y misericordioso es la clave para el
perdón y la reconciliación.
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla Disciplina
de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a
comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto,
una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba
comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de
perfume, y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle
los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los
cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo
había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de
mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Jesús respondió y le
dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él contestó: «Dímelo, maestro». Jesús le
dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el
otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de
ellos le mostrará más amor?». Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a
quien le perdonó más». Le dijo Jesús: «Has juzgado rectamente». Y, volviéndose
a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has
dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus
lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz;
ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me
ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con
perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha
amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». Y a ella le dijo: «Han
quedado perdonados tus pecados». Los demás convidados empezaron a decir entre
ellos: « ¿Quién es este, que hasta perdona pecados?». Pero él dijo a la mujer:
«Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Después de esto iba él caminando de ciudad en ciudad y de
pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del
reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido
curadas de espíritus malos y enfermedades: María la Magdalena , de la que
habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de
Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
Lucas 7, 36 - 8, 3