Cuarto Domingo de Adviento (ciclo C)
Bendita
El cuarto y último Domingo del Adviento centra su mirada
en la Virgen María.
Ella es el último eslabón de la larga espera del pueblo de Israel en la que
conf luyen las antiguas esperanzas mantenidas por los profetas. María también
espera la inmediata venida del Señor.
El Evangelio de Lucas relata la visita de María a Isabel.
Es un gesto de caridad. A pesar de estar ya embarazada y exponerse a los
peligros del camino, sabe que su prima Isabel la necesita, y no duda en ponerse
de camino «aprisa» para ayudarla. Ambas son agraciadas por el Señor con una
concepción milagrosa; y ambas se manifiestan agradecidas por este magnífico don
divino. La salutación dialogada entre ambas nos confirma en la fe. Isabel
califica a María como «dichosa», feliz, bienaventurada porque ha creído y se ha
fiado de Dios. Por eso, ha concebido en su seno y se ha convertido en «Madre
del Señor», «Madre del Mesías», es decir, en cristófora (portadora de Cristo).
Isabel confiesa que lo prometido por Dios a María misteriosamente se ha
cumplido ya ante sus ojos. Lo proclama gozosamente en público y revela,
asimismo, el misterio de Dios acontecido en ella.
Las humildes mujeres que apenas destacaban en aquel
ambiente judío conocen el gran secreto de la historia de la salvación. Por eso,
se proclama en este domingo la profecía de Miqueas dirigida a Belén: «Tú,
Belén… pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel» (5,1).
Lo pequeño e insignificante es lo elegido por Dios para cumplir las grandes
maravillas a favor de su pueblo. Aunque el Evangelio centra su atención en
María, expectante ante el nacimiento de su Hijo, aporta también una clave
interpretativa para comprender el misterio de la Encarnación de
Jesucristo. La Carta
a los Hebreos afirma que la encarnación de Jesucristo es una ofrenda al Padre,
un sacrificio querido por la voluntad de Dios y aceptado por su propio Hijo:
«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Jesús acepta la misión encomendada
por el Padre y hace de sí mismo una oblación «hecha una vez para siempre», que
culmina en su misterio pascual. Toda su vida es una ofrenda ofrecida al Padre
por amor a la humanidad. Comienza en su Nacimiento y culmina en su Ascensión.
Su Nacimiento, pues, hay que comprenderlo como el inicio de su vida entregada
por amor. Como dice la Carta
a los Filipenses «se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo,
pasando como uno de tantos» (Flp 2,7).
A la luz de estos textos bíblicos, preparemos la fiesta
solemne de la Natividad
de Jesucristo. Para un cristiano no es solo una fiesta folclórica y familiar.
Celebra el Misterio de Jesucristo. El Dios eterno se hace hombre, nace entre
nosotros, para ofrecernos la salvación. Y esto es posible gracias a la
disponibilidad vocacional de la
Virgen María , que se ofrece también a Dios Padre para cumplir
su voluntad. Como Cristo, como María y como otros muchos hermanos y hermanas a
lo largo de la historia en la
Iglesia , deberíamos decir con el testimonio diario de nuestra
vida: « Adsum, ¡Señor, cuenta conmigo! ¡Estoy disponible! Aquí estoy, Señor,
para hacer tu voluntad».
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla
Disciplina de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a
la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se
llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el
Señor se cumplirá».
Lucas 1, 39-45