Domingo XXIX del Tiempo ordinario (ciclo
B)
Podemos
En la sierra madrileña hay una casa de estudio y de retiro
del Seminario Conciliar de Madrid. En los pasillos de la planta baja lucen unas
rústicas lámparas de hierro forjado. La ancha corona que les da cuerpo ha sido
ornamentada con letras taladradas en el duro metal que dejan pasar la luz y que
componen una palabra latina: possumus.
Es una de las palabras centrales del Evangelio del próximo
domingo: «Podemos». Así responden Santiago y Juan al examen que Jesús les hace:
«¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Ellos contestaron: «Podemos».
La palabra no aparece en el texto evangélico que se
reproduce en esta misma página. Es la traducción litúrgica de los libros
oficiales de las últimas décadas; una traducción por lo general excelente y muy
apta para la proclamación del Evangelio ante la asamblea; pero que tiene
también algunas cosas mejorables, como en el caso que nos ocupa. Desde el
próximo primer domingo de Adviento se podrán utilizar ya, Dios mediante, los
nuevos leccionarios que recogen la traducción de la Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal ,
la cual permitirá leer de nuevo «Podemos» en lugar de «Lo somos».
Los seminaristas que se retiran a la casa de la sierra
madrileña para orar, estudiar o descansar, tienen delante una palabra
desafiante: «Podemos». ¿Podemos? –se preguntarán al leerla en letras luminosas
mientras pasean y meditan–. ¿Podemos? –nos preguntaremos todos cuando oigamos
de nuevo en la iglesia la respuesta de Santiago y de Juan–.
Ser cristiano es poder. Cristianos son aquellos que pueden
beber el mismo cáliz que el Señor ha bebido. ¿Podemos? Pues no. Nosotros no
podríamos, si no nos fuera dado por Él. Nosotros solos lo que podemos es lo
mismo que Santiago y Juan: buscar nuestro propio poder; hacernos valer con el
mejor puesto. Los demás se indignaron cuando oyeron la petición descarada de
los «hijos del trueno». Porque también ellos aspiraban a lo mismo.
Sin embargo, es conmovedora la respuesta de aquellos
hermanos, tan llenos de coraje y de voluntad. Sonaba, en efecto, como un
trueno: «¡Podemos!». Está muy bien esa ilusión primera de aquellos jóvenes
dispuestos a todo por estar con el Maestro. Su «podemos» es ignorante e iluso:
en realidad no sabían todavía a qué se comprometían. Pero lo hacían. Como nos
pasa también a nosotros hoy y les pasa a los que se ponen en camino para seguir
al Señor, bien como sacerdotes o consagrados, bien como esposos y padres.
¡Podemos! ¡Cómo no! Si hay gente que puede sacrificarse por una carrera deportiva
o profesional, ¡cómo no vamos nosotros a comprometernos con el Señor del mundo
y de nuestras vidas!
Pero esa primera respuesta ha de ser iluminada y
fortalecida. No basta. El compromiso es tan radical que no lo comprenderemos
del todo hasta el final. Es el compromiso de dar la propia vida con Cristo, que
ha venido precisamente a dar la suya para rescatarnos de nuestro yo y de
nuestra autorreferencialidad. Algo que solo nos es posible cuando recibimos de
Él su propia vida, la Vida
eterna.
+ Juan Antonio Martínez Camino
Obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo,
Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a
pedir». Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Contestaron:
«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».
Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de beber el cáliz que yo
he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que me voy a bautizar?».
Contestaron: «Lo somos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber los
beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero
el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya
reservado».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra
Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son
reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los
oprimen. Vosotros, nada de eso; el que quiera ser grande, sea vuestro servidor;
y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no
ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por
todos».
Marcos 10, 35-45