Fuente: ALFA Y OMEGA
Domingo
de Resurrección (ciclo C)
«Verdaderamente
ha resucitado el Señor»
La historia de Dios con el hombre
siempre está entretejida de hechos reales, de acontecimientos históricos, de
pasajes que han sucedido verdaderamente. La noche del Sábado Santo empieza a
vislumbrarse, con la tumba vacía, la noticia más sorprendente de la historia.
Una tumba vacía y, en torno a ella, muchas interpretaciones. Pero hubo una
interpretación basada en apariciones, en encuentros, en un choque con la nueva
realidad: «Verdaderamente ha resucitado el Señor» (Lc 24,
34). Esta es la primera confesión de fe. Es el primer paso que dan los
discípulos para empezar a ser cristianos; no solo oyentes de Jesús, sino
cristianos, partícipes de su vida. Es el choque con un acontecimiento real. Fue
el primer credo, la primera canción cristiana, el primer coro de la Iglesia:
«Verdaderamente ha resucitado el Señor».
En aquella noche, el «hágase» del
comienzo de la creación (cf. Gn 1)
fue pronunciado por Dios de un modo enteramente nuevo. Aquella noche empezó el
día octavo de la creación, la plenitud de la creación. Pero a este «hágase» de
Dios, cuya respuesta es la Resurrección de
Jesús, responde esta confesión de fe: «Verdaderamente ha resucitado el Señor».
Ahora la respuesta no es simplemente la gratitud de los primeros hombres, sino
la conciencia pronunciada de que Dios ha intervenido definitivamente en la
vida.
Hoy, el credo, la confesión de fe, está
amenazado. A veces se piensa que lo importante son los valores: si Jesús
resucitó verdaderamente o si aquello fue un símbolo no es esencial, lo
fundamental es que eso genere bondad, justicia… Si el punto de partida es un símbolo
o una realidad sería secundario. ¿Pero cómo va a ser secundario? ¿Cómo puede
generar valores reales, conductas hondas, un símbolo o una mentira? ¿Cómo la no
verdad puede engendrar bien? Así podemos llegar a un cierto cristianismo de
valores éticos, donde lo importante es ser buenos, donde se predique el
pluralismo, el respeto, pero nada más. Estos cristianos están a punto de dejar
de serlo, si no lo han dejado ya.
El cristiano auténtico sigue gritando:
«Verdaderamente ha resucitado el Señor». ¿Sabéis cuál es el mayor obstáculo
para creer esto? La crisis de esperanza. Cuando tanta gente dice: «Estoy
perdiendo la fe», al final uno se da cuenta de que lo que está sucediendo no es
una crisis de fe, sino de esperanza, que afecta a la fe. Puede creer en la Resurrección,
pero como no ve los efectos, como la vida sigue igual, como la violencia es la
misma, como no avanza en santidad, afirma que no puede seguir creyendo. La
crisis de esperanza afecta negativamente a la fe.
Este domingo es el día para gritar con
fuerza: «Verdaderamente ha resucitado el Señor». Encendamos las luces de la fe,
recuperemos el uso de la palabra. Fuera los rumores, las dudas y vacilaciones.
Pronunciemos afirmativa y claramente: «Verdaderamente ha resucitado el Señor».
Esto conduce al testimonio, y el
testimonio puede conducir, antes o después, al martirio. Empiezan el acoso, la
antipatía, el ataque, de unos y de otros, por unos motivos o por otros.
Entonces, el miedo, la inseguridad, conducen al silencio, al disimulo, al
anonimato. Y poco a poco, conforme uno va ocultando su pertenencia y su
confesión, la fe va desapareciendo. Hoy hay tantos mártires en tantos lugares.
Personas que dan la cara para mantener la fe en la plaza pública, para defender
la vida frente al aborto y la eutanasia, médicos que se juegan su porvenir y el
pan de sus hijos, fieles y sacerdotes que mueren en atentados en países donde
la Iglesia está perseguida, familias que tienen que hacer sus maletas y emigrar
para empezar y tratar de vivir con un mínimo de seguridad…
Es tiempo de martirio, es tiempo de
confesión de fe. No basta ser bueno, porque no se puede ser bueno si no se
recibe la bondad de Dios, que viene por la fe: «Verdaderamente ha resucitado el
Señor».
JUAN ANTONIO RUIZ RODRIGO
Director de la Casa de Santiago
de Jerusalén
Evangelio
El primer día de la semana, María la
Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa
quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro
discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al
Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino
del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que
Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro, e, inclinándose, vio los
lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró
en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían
cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura:
que él había de resucitar de entre los muertos.
Juan 20, 1-9