Fuente: ALFA Y OMEGA
IV
Domingo de Cuaresma (ciclo C)
El
corazón del Padre
El camino cuaresmal que hemos emprendido
este año a través de la escucha del Evangelio de Lucas está orientado al
anuncio de la misericordia divina, que provoca en nosotros la conversión
atrayéndonos a Dios.
Al comienzo del capítulo 15, Lucas dice
que los recaudadores de impuestos, es decir, los que eran manifiestamente
pecadores, gente perdida, vinieron a escuchar a Jesús. ¿Por qué se sintieron
atraídos por Él, mientras huían de los sacerdotes y los fieles observantes de
la Ley? Sintieron que estos no los querían, sino que los juzgaban y
despreciaban. Jesús, en cambio, tenía otra mirada. Él siente compasión: no juzga
ante quien está, no lo condena, sino que va a buscarlo donde se encuentra, en
su pecado, para ofrecerle una relación de amistad, la posibilidad de caminar
juntos, de compartir la vida sin prejuicios. Así, los pecadores acudían a
Jesús, lo cual escandalizaba a los fariseos y escribas, que murmuraban
diciendo: «Este acoge a los pecadores y hasta come con ellos» (Lc 15, 2).
Jesús, por tanto, se ve obligado a defenderse, y no lo hace con violencia ni
siquiera haciendo elogio de sí mismo, sino contándoles algunas parábolas. Este
domingo escuchamos la conocida parábola del hijo pródigo, o mejor, de los dos
hijos perdidos y del padre pródigo de amor. Es la gran parábola del Evangelio
de Lucas, que presenta a Dios de la manera más tierna que es posible. En ella podríamos
distinguir cuatro escenas diferentes:
1. La ruptura con el hogar (Lc 15,
12-13). El hijo se va, no quiere ser hijo. Considera que la herencia es su
derecho. De este modo, exigir la herencia es negar al padre y es marcharse.
Aunque no se hubiera ido físicamente se habría ido. Todos somos hijos pródigos,
porque todos –¡cuántas veces!– hemos intentado apropiarnos de la herencia y
hacer nuestra vida al margen del hogar divino.
2. El fracaso del hijo pródigo, su
desconsuelo (Lc 15, 14-19). El hijo se marcha, pero pronto malgasta toda la
herencia, quedando así sin dinero, hasta el punto de tener que ponerse a
trabajar para sobrevivir. Es un elemento significativo el cerdo, ya que en el
judaísmo es considerado un animal impuro. De este modo, este pobre hijo está al
servicio del animal impuro, de lo que no es ni siquiera digno de ser alimento
del hombre digno. ¡Cuánta hambre y esclavitud! El hijo se ha degradado. Apenas
queda en él rastro de su antigua dignidad. Sin embargo, queda todavía en él un
poco de nostalgia del hogar que ha abandonado, de la casa de su padre.
3. La salida del padre al encuentro del
hijo (Lc 15, 20-24). Es la escena central. El hijo se iba a arrodillar, a
humillar, a pedir perdón. Pero el que realmente se humilla, el que sale, es el
padre. Quien agradece de verdad la vuelta es el padre, porque el hijo para el
padre es mucho más que un bien, es su corazón. En el fondo de ese abrazo hay
gratitud por parte del padre, como si llegara a decirle: «¡Gracias, hijo, por
venir!». El hijo se esperaba un rechazo, y se encuentra todo lo contrario. Hay
un abrazo de ternura, de amor infinito. Es la bondad llegando al límite. Y todo
se traduce en música, en gritos, en alegría, y en la matanza de un ternero
cebado (cf. Gn 18, 7).
4. La envidia del hijo mayor (Lc 15,
25-31), que se escandaliza y acusa al padre de faltar a la justicia. Su hermano
se marchó, y la herencia que queda es de él, que siempre ha estado junto a su
padre, sin recibir ninguna fiesta. Sin embargo, el padre se entristece, porque
ve que está perdiendo ahora al otro hijo, o que lo ha perdido hace tiempo:
«Hijo, […] este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo
hemos encontrado». De este modo, el padre está invitando a su hijo mayor a
contemplar lo que es el corazón del padre, a convertirse y a acudir a su
hermano. ¡Qué espléndida parábola la de este domingo! Todos nosotros tenemos
necesidad de un padre como nos presenta el Evangelio, todos necesitamos un
hogar como este, donde no solo seamos acogidos, sino abrazados con alegría.
Este el amor de Dios. Perdonar no es soportar, es salir. Perdonar es siempre
una acción positiva: es ir al encuentro, es acoger. ¡Bonita tarea en esta
Cuaresma del Señor!
JUAN ANTONIO RUIZ RODRIGO
Director de la Casa de Santiago
de Jerusalén
Evangelio
En aquel tiempo, solían acercarse a
Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los
escribas murmuraban, diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos
dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les
repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo
suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo
perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre
terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de
los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos.
Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba
nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré
en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus
jornaleros”. Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba
lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr,
se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra
el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a
sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo
en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo;
comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha
revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el
banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la
casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó
qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha
sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó
y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él
respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer
nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete
con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus
bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo,
tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un
banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido;
estaba perdido y lo hemos encontrado”».
Lucas 15, 1-3. 11-32