Fuente: ALFA Y OMEGA
I
Domingo de Cuaresma (ciclo C)
La
lucha contra las tentaciones
Comenzamos la Cuaresma: es el inicio de nuestra peregrinación hacia la
Pascua del Señor. Celebramos el primer domingo de Cuaresma, un tiempo de cambio
y de renovación para el cristiano: sobre todo, un tiempo de lucha contra las
tentaciones. Por eso la Iglesia al comienzo de este tiempo nos ofrece el relato
de las tentaciones de Jesús en el desierto, que según Lucas estarán siempre
presentes en su vida, hasta el final (cf. Lc 23, 35-39).
Las tentaciones en el Evangelio de
Lucas prolongan la unción del Señor en el río Jordán (cf. Lc 3, 22), es decir,
la venida del Espíritu sobre la humanidad de Jesús para convertirlo en el
misionero oficial, directo e inmediato del Padre. De este modo, el Espíritu
empuja a Jesús al desierto, lo va llevando, lo conduce. ¡Qué lugar tan
particular! El desierto es la soledad: por un lado el desamparo, pero por otro
la posibilidad de identificarse sin coacciones. Es la afirmación de la libertad
personal y del encuentro directo con Dios, rompiendo las presiones sociales que
nos impiden esa relación. El desierto es peligroso: es soledad, pero es
posibilidad de confrontación con Dios. Y la unción de Jesús lo conduce al
desierto, es decir, lo lleva al cara a cara con el Padre. Ya sin Juan Bautista,
sin ningún discípulo, sin familia, sin pueblo… Cara a cara con Dios.
En este domingo Lucas presenta las
tentaciones de Jesús, que, aunque en realidad debieron de ser muchas para Él,
se resumen en tres: la tentación de comer, de poseer y de dominar. Es
impresionante ver cómo el demonio utiliza la Palabra de Dios frente a Jesús
para apartarlo de Dios. Es tan sutil, tan mentiroso, que no se limita a ofrecer
el mal, sino que lo muestra con cara de bien.
Así, mientras que para Mateo la última
tentación, la más fuerte, es el poder sobre los pueblos (cf. Mt 4, 9-10), para
Lucas la cumbre es la tentación a Dios (cf Lc 4, 12). De este modo, el demonio
intenta que Jesús tiente a Dios, fuerce su voluntad. Tentar es seducir con
engaño y forzar la voluntad del otro, alterarla, cambiarla, mediante ese
engaño. La tentación es la manipulación, de tal manera que un manipulador es
una persona que, sutilmente, con razones aparentes y simpatía, trata de robarte
la voluntad, intenta que llegues a ser lo que tú no eres, busca hacerte andar
por caminos que tú no quieres. Eso es lo que el demonio intenta con
Jesús.
La manipulación (aunque todos seamos
manipuladores de alguna manera, porque intentamos que los demás nos den la
razón, sean amigos nuestros, nos quieran) de manera interesada, que intenta
cambiar al otro para mal, es diabólica. El demonio es la mentira de manipulación.
Robarle la voluntad al otro, alterarle su vida para que haga lo que yo quiero
que haga, no es bueno. Es destruir al otro, robarle su identidad, hacer que sea
lo que yo quiero que sea. ¿Quién soy yo para eso? ¿Nos damos cuenta de la
hondura y del fondo de la tentación?
Es lo que hizo la serpiente con
los primeros humanos: los engañó. Eran hijos de Dios, tenían la presencia de
Dios, paseaban con Él a la hora de la brisa (cf. Gn 3, 8). Los enfrentó con
Dios (cf. Gn 3, 4-5), y al final los destrozó. No solo a ellos, destrozó a toda
la humanidad.
La manipulación es algo muy grave, y
tiene su origen en el demonio. Pero esta tentación está muy presente en las
relaciones humanas, a veces de una manera burda, otras veces más sutilmente.
Pero, ¿el ser humano se atreve a tentar a Dios? Sí. El hombre, que por un lado
ha rechazado la compañía de Dios, sin embargo ahora le conviene y quiere poner
a Dios a su servicio. Es relacionarse con Dios en falso, intentando comprar su
voluntad. Así es el hombre seducido por el demonio, ensoberbecido y cegado.
Tentar a Dios es lo contrario de la obediencia, que es la apertura a cumplir la
voluntad de Dios, no como esclavos, sino como personas libres, sabiendo que esa
voluntad no nos manipula, sino que nos hace ser más nosotros mismos.
Dios es amor (cf. 1 Jn 4, 8). Pero el
amor es libertad. El amor no fuerza, no obliga. Es gratuito, nace de la
libertad: «No te necesito, pero te quiero, y quiero quererte». Eso es el amor,
y eso en Dios se cumple plenamente. El amor no pretende nunca cambiar la
identidad del otro. Dios no es el tapagujeros de nuestras
necesidades, porque Dios nos ha hecho libres. Y si a veces sufrimos más de la
cuenta es porque la humanidad se ha separado de Dios, y porque la vida es dura
y hay que conquistarla, sabiendo que todo es gracia. Cuando hay que pasar por
un valle estrecho hay que hacerlo. Pero pidamos a Dios fortaleza, porque la
necesitamos. Pidámosle luz para discernir y poder ver. Pidamos al Señor el «pan
de cada día»: que Él nos dé lo que realmente necesitamos para cumplir su
voluntad.
JUAN ANTONIO RUIZ RODRIGO
Director de la Casa de Santiago
de Jerusalén
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús, lleno del
Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante 40 días
por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días
estuvo sin comer, y al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra
que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan
vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un
instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de
todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te
arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está
escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo
llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de
Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles
acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para
que tu pie no tropiece con ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está
escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación el demonio se
marchó hasta otra ocasión.
Lucas 4, 1-13