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Foto: N.H.D. Marco A. Velo |
La Cena del
Señor fue una cena de despedida. En esta comida dio testimonio vivo de su
presencia, de lo que había querido ser siempre: imagen de Dios Padre.
Si Cristo no
hubiese sufrido, el misterio no habría sido el mismo. Él quiso tomar nuestra naturaleza
humana.
En esa
celebración del Jueves Santo se instituye la Misa: el centro de toda la vida
cristiana.
La mejor
imagen es la de los discípulos sentados en torno a la mesa y escuchando la
Palabra de Dios… como ahora nosotros.
El amor que
nos transmite el Padre es para que sirvamos a los demás; no para ser servidos:
ésa es la primera lección del lavatorio de los piés.
Pelearse por
mandar más que el otro u ostentar un cargo es contrario a lo que nos dice el
Señor. Para llegar al Reino de Dios hay que ser los últimos. Lo importante es
amar. Y cuando recemos, pedirle a Dios
que nos quiera mucho, para ser nosotros capaces de amar a los demás.
La Eucaristía
es acción de gracias. Todo lo que tenemos es un don de Dios. Es el Señor quien
actúa en tí. Y tenemos que estar dando gracias a Dios constantemente.
No nos
olvidemos de la petición final “haced
esto en memoria mía”. Cada vez que se celebra la Eucaristía se está
repitiendo el sacrificio de aquella noche del Jueves Santo –de forma incruenta,
pero es así-.