Fuente: ALFA Y OMEGA
IV
Domingo de Adviento (ciclo B)
La
alegría de la espera
Tras dos semanas en las que el personaje que
cobraba mayor protagonismo era Juan Bautista, nos encontramos ante el cuarto
domingo de Adviento, el domingo mariano por excelencia, en el que el Evangelio
propuesto es el relato de la anunciación del Señor. Si anteriormente hemos
insistido en que la importancia de Juan radicaba en la preparación de la
llegada del Salvador, ahora percibimos de un modo más nítido cómo María
colaborará de modo más profundo. Su misión no será la de indicar dónde está el
Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, sino nada menos que llevarlo en sus
entrañas. Sabemos, por otra parte, que esta elección por parte de Dios había
sido preparada años antes, ya en su Inmaculada Concepción, como conmemorábamos
hace pocos días. «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» son las
primeras palabras que María escucha del ángel Gabriel. El primer mensaje, pues,
es de profunda alegría. Con ello se nos está indicando que la realidad
inaugurada con la encarnación del Señor nos ofrece una verdadera buena noticia,
que conforma el significado etimológico de la palabra Evangelio. La irrupción
de Dios en la historia es la mejor noticia que jamás el hombre ha podido soñar.
Sabemos que el término original que se esconde bajo la expresión «alégrate»
encierra algo mucho más profundo que una alegría efímera o mundana. Se trata de
un vocablo griego que expresa un gran regocijo, capaz incluso de poner en movimiento
el cuerpo. Por otra parte, la llamada al gozo había sido escuchada siglos
antes, de boca del profeta Sofonías, cuando reconocía a Israel como hija de
Sion, morada de Dios. Ahora será María el verdadero templo en el que habitará
el Señor. Con todo, reduciríamos la hondura del relato si vinculáramos la
invitación al júbilo estrictamente a la encarnación o al nacimiento de Jesús.
Cuando el pasaje de la anunciación, uno de los textos fundamentales de la
Escritura, que prácticamente abre el Evangelio de Lucas, adopta un término tan
expresivo como el de «alégrate», se están poniendo de relieve dos realidades.
La primera es que esa alegría implicará desde ahora toda la vida de María. Se
trata de una fórmula que habrá de recordar a lo largo de sus días, en particular
en los episodios de mayor prueba y sufrimiento, como cuando vemos a la Madre de
Dios junto a la cruz. La segunda es que el mensaje de exultación pronunciado
por el ángel tiene como destinataria a toda la Iglesia, a la que se le anuncia
la salvación definitiva, culminada con la muerte y la resurrección del Señor y
que ahora se inicia.
«No temas»
Del mismo
modo que la llamada a la alegría va más allá de María y tiene por destinatarios
a quienes a lo largo de la historia la hemos escuchado, el «no temas» supone un
estímulo a la confianza plena en la acción de Dios para todos nosotros, puesto
que María es figura de lo que la Iglesia está llamada a ser. Sabemos que,
especialmente en los momentos de persecución de la primitiva Iglesia, los
cristianos mostraron una especial valentía, fruto de la acción del Espíritu
Santo, que les permitió no acobardarse a la hora de anunciar al Camino, la
Verdad y la Vida. El mensaje del ángel a María es, por tanto, la confirmación
de que su vida está en las manos de Dios, de tal manera que se anticipa en ella
la fuerza del Espíritu que años más tarde experimentarían el resto de
creyentes. En nuestros días ha de seguir resonando en nuestro corazón el «no
temas», ya que también el Espíritu Santo se ha posado sobre nosotros a través
de la Confirmación y del resto de sacramentos. En definitiva, es necesario
percibir que la irrupción de Dios en nuestra vida constituye siempre una
noticia de alegría y de confianza. Solo así será posible repetir, como María,
«he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por
Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un
hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El
ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba
qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás
por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le
dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre,
y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no
conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer
será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en
su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios
nada hay imposible». María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
Lucas 1, 26-38