Fuente: ALFA Y OMEGA
XXX
Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
El
amor a Dios y al prójimo
Una vez más los fariseos tratan de poner a prueba
a Jesús. Tras haber mantenido una discusión con los saduceos, el Señor es ahora
interrogado por un fariseo, doctor en la ley. Desde hacía tiempo los israelitas
trataban de encontrar un principio unificador ante la multiplicidad de
preceptos religiosos que debían observar. De hecho, en tiempos de Jesús se
contaban hasta 613 obligaciones y prohibiciones. Ante la enorme cantidad de
prescripciones, no solo era difícil establecer una jerarquía entre ellas, sino
también recordarlas. Aunque no fuera esta la intención del doctor de la ley que
interroga a Jesús, este llevará a cabo un intento por simplificar los
mandamientos, que proporcionará mayor claridad sobre cómo vivir y actuar.
El mandamiento principal
La respuesta de Jesús no parece original en un
primer momento, ya que cita el primero de los preceptos de Israel, el Shemá,
expresado en estos términos: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente», tal y como aparece en el libro del
Deuteronomio 6, 5. La triple referencia al corazón, al alma y a la mente alude
a las tres facultades psicológicas más importantes del hombre. Con la
implicación de la totalidad del hombre se está indicando que la entrega verdadera
a Dios ha de ser sin un corazón dividido, poniendo toda la vida en ella y
tratando de conformar no solo las acciones, sino también la mente con el deseo
de Dios. Es difícil resumir en tan pocas palabras un precepto que da la clave
del cumplimiento de lo que Dios quiere del hombre. Si bien es cierto que
cualquier israelita conocía también los mandamientos del decálogo, la
formulación de tales disposiciones se había realizado habitualmente en clave de
prohibiciones, es decir, marcando unas condiciones mínimas para que el hombre
pudiera relacionarse con Dios. Incluso los formulados de modo positivo, como el
mandato de honrar a padre y madre, estaban limitados por las relaciones en el
ámbito familiar y no reflejaban de una manera completa cuanto el Señor pide en
el Evangelio de este domingo.
«Amarás a tu prójimo»
Sin que el doctor de la ley se lo pidiera, Jesús
establece un mandamiento semejante al primero: «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo». Estamos ante un precepto tomado del código de santidad, del libro del
Levítico. Como sabemos, entre los judíos existía una discusión sobre quién
debía considerarse como prójimo. Para algunos, el prójimo comprendía únicamente
a los habitantes de Israel; para otros, se podía extender hasta los extranjeros
que se habían asentado en aquel territorio. Jesús da la célebre respuesta sobre
quién es el prójimo a través de la parábola del buen samaritano. Pero no es el
único ejemplo de la Escritura en el que se alude a cuál debe ser nuestra
actitud con los demás. En concreto, en la primera lectura de este domingo, del
libro del Éxodo, se especifica cómo debe realizarse el amor al prójimo. El
emigrante, la viuda y el huérfano aparecen como los beneficiarios privilegiados
del amor que cada uno de nosotros debemos transmitir a los demás. Con todo,
cualquier persona pobre o necesitada de nuestra ayuda se ha de convertir para
la ley y los profetas, –es decir, para el Antiguo Testamento– en objeto de
nuestro amor. En realidad, el amor al prójimo se convertirá en la prueba de que
nuestro amor a Dios es verdadero. Además, el Señor advierte varias veces en el
libro del Éxodo que escucha el clamor de quien es maltratado, oprimido o
explotado. En definitiva, aunque el mandato de amar a Dios y al prójimo se
presente en un contexto positivo, no significa que se pueda reducir a una
simple intención bondadosa o a un deseo aplazable al futuro. Las situaciones en
las que nos encontramos en el día a día nos dan la oportunidad y nos exigen
convertir en obras aquello que el Señor nos pide con claridad en el pasaje
evangélico de este domingo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús
había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un
doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el
mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el
principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a
ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la ley y los profetas».
Mateo 22, 34-40