Fuente: ALFA Y OMEGA
XXVII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
La
Iglesia como nueva viña de Israel
Nos encontramos ante una de las imágenes más
significativas de la Sagrada Escritura para referirse al pueblo escogido por el
Señor: la viña, un campo donde Dios, a lo largo de la historia, actúa
directamente o a través de sus enviados. Más allá de que en la cuenca
mediterránea resulte familiar identificar estos campos, la Biblia utiliza
frecuentemente el vino, fruto de la vid, no solo para asociarlo a la fiesta o a
la alegría, sino para presentarlo como un signo del don de Dios. Si el pan es
vinculado con el alimento necesario para vivir y el agua con la fertilidad de
la tierra, el vino expresa lo gratuito del amor y la superación de los dones
materiales.
El Evangelio de este domingo hace
referencia directamente a la primera lectura, de Isaías, y al salmo
responsorial. Desde el comienzo del pasaje se habla del propietario que planta
la viña, la dota de todos los elementos materiales necesarios para que produzca
fruto y encarga su cuidado a unos labradores. Se pone de manifiesto que Dios no
solo ha elegido a un pueblo concreto, sino que lo cuida y está pendiente de él.
Sin embargo, a pesar de la atención de Dios hacia lo que él ha creado y ha
elegido, no siempre se obtienen los resultados que serían de esperar. Isaías
expresa con detenimiento cómo, a pesar del cariño de Dios, la viña no ha dado
uvas, sino agrazones. Se expresa con ello que Dios ha amado inmensamente a su
pueblo, pero no ha encontrado esa correspondencia en ellos. Las amenazas que
aparecen a continuación serán la prefiguración del destierro y las calamidades
que sufrirá Israel por no tener en cuenta la alianza que Dios ha sellado con
ellos. Si nos centramos en el Evangelio, nos hallamos ante un esquema habitual
en la sociedad galilea: el arrendamiento de los terrenos a unos labradores, los
cuales solían pagar al propietario con parte de los frutos. Esta práctica no
estaba a menudo exenta de conflictos, debido a que, a causa de los elevados
impuestos o las malas cosechas, quienes trabajaban el campo sufrían
dificultades económicas, que se traducían en revueltas contra el propietario
del terreno, provocando violencia y sangre.
Estos episodios pueden ser vistos, por una parte,
como el paradigma del dolor o el fracaso en la vida del hombre y, por otra
parte, como la tentación del hombre ante el dolor de querer apropiarse de
aquello que no le corresponde, porque pertenece solo a Dios.
La muerte del inocente
Cuando Jesús narra esta parábola y Mateo la plasma
por escrito quieren hacernos ver que el punto culminante de la rebelión del
hombre contra Dios implicará la muerte de su propio hijo. El hilo narrativo de
la parábola nos permite descubrir que los sucesivos criados que envía el
propietario son los profetas, frecuentemente apaleados y apedreados. La muerte
del inocente a lo largo de la historia se condensará en el propio Jesús, el
heredero, que morirá fuera de la viña, significando con ello su crucifixión fuera
de Jerusalén.
A pesar del dramatismo de una narración ubicada en
el contexto de la cercana pasión y muerte del Señor, la historia concluye con
un triunfo: «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra
angular». Este fragmento sálmico, perteneciente al salmo más importante de la
Pascua, expresa que, aunque con frecuencia pueda parecer que el mal domina la
existencia de la humanidad, la muerte y resurrección de Cristo han supuesto un
juicio definitivo en el que ha triunfado irreversiblemente el bien. En cuanto a
los oyentes inmediatos de Jesús y de Mateo, estas palabras implicaban
claramente que si el pueblo de Israel, beneficiario original de la salvación,
no reconocía al hijo, al heredero, esa viña sería dada a un nuevo Israel, la
Iglesia. Finalmente, este texto es para los miembros de la Iglesia una llamada
a reconocernos elegidos por el Señor, pero no propietarios de lo que se nos ha
entregado para trabajarlo y cuidarlo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a los
sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: “Había
un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un
lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos.
Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para
percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los
criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo
otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por
último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los
labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos
y nos quedamos con su herencia”. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y
lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos
labradores?». Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y
arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que
desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha
hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a
vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Mateo 21, 33-43