Fuente: ALFA Y OMEGA
XXVI
Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
Recapacitar
y convertirse
En este y en los próximos domingos la liturgia nos
propone varias parábolas en las que se muestra la creciente tensión entre Jesús
y los sacerdotes y ancianos de Israel. El Señor quiere, por una parte, subrayar
el carácter universal de la salvación de Dios y, por otra, advertir a quienes
viven instalados en su propia seguridad de que es necesario buscar
constantemente la conversión al Señor y el cambio de vida. Tanto para los
oyentes del Señor como para los del evangelista Mateo y para nosotros, la
parábola propuesta para el domingo que viene supone una llamada clara a
volverse al Señor, reavivando el deseo de cumplir la voluntad del Padre, no
simplemente con palabras, sino con hechos; no en la apariencia, sino en la
realidad.
Sin duda, la crítica de Jesús hacia los jefes de
Israel no tiene como causa la contravención externa de los principios
religiosos de este pueblo. Precisamente, los dirigentes suelen distinguirse por
su férrea, escrupulosa y hasta exagerada observancia de la ley. Sin embargo, el
cumplimiento legalista no es suficiente, y podría incluso ser un obstáculo para
realizar la voluntad de Dios, especialmente si se fundamenta en una apariencia
externa. Esta práctica tiene además un límite: la clasificación a priori de las
personas. Para muchos judíos era evidente que, por pertenecer al pueblo escogido
por Dios, estaban destinados a la salvación. Y esta afirmación tiene parte de
verdad. El problema surge entre quienes piensan que ser israelita y cumplir
preceptos externos significa de modo automático estar salvado; o, lo que es
peor, que no pertenecer a ese pueblo implica verse excluido de la predilección
de Dios. Incluso dentro de los judíos existían numerosas clasificaciones de
personas, en función de si se presumía que cumplían o no los mandatos del
Señor.
Es evidente que Jesús quiere superar la barrera
supuestamente insoslayable que separaba a buenos y malos, y hablar con firmeza
contra el orgullo y la autosuficiencia de quienes se creían impecables. Con
todo, no es la primera vez que esta corrección aparece en la Biblia: de hecho,
la primera lectura del domingo afirma explícitamente que si el malvado
«practica el derecho y la justicia […], recapacita y se convierte de los
delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá». Así pues, todos hemos sido
llamados a la salvación y nadie está abocado irreversiblemente al pecado
permanente.
Modelo de humildad
Con la finalidad de comprender, de una parte, la
predilección de Jesús por los pecadores que se convierten y, de otra, la
disposición necesaria para acoger el don de la salvación, es iluminador
recurrir a un término que se repite este domingo en la Palabra de Dios: la
humildad. Además de la humildad necesaria para recapacitar y convertirse, como
señala la primera lectura, en el salmo responsorial escuchamos la súplica
confiada de quien reconoce que el Señor «hace caminar a los humildes con
rectitud, enseña sus caminos a los humildes».
Pero es, sobre todo, en la segunda lectura, del
apóstol san Pablo a los filipenses, donde se nos llama a tener los sentimientos
propios de Cristo. En este conocido himno aparece como tema central la frase:
«Se despojó de sí mismo»; así como la consecuencia de ese vaciamiento de quien
es de condición divina: «Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la
muerte». Es precisamente este cumplimiento de la voluntad del Padre el que se
ensalza en la parábola. Y san Pablo nos ofrece el camino: no obrar por
rivalidad ni por ostentación, considerar a los demás superiores a nosotros o
buscar el interés de los demás. Si observamos cuanto nos enseña san Pablo
tendremos un corazón dispuesto para el arrepentimiento y la fe.
Es lo que ocurre con los publicanos y las
prostitutas que aparecen en el Evangelio. No van por delante de los sumos
sacerdotes y ancianos en el Reino de Dios por haber sido pecadores, sino por
haber creído en la predicación de Juan y haber cambiado de vida.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a los
sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía
dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la
viña”. Él le contestó: “No quiero». Pero después se arrepintió y fue. Se acercó
al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue.
¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero».
Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por
delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros
enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los
publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no
os arrepentisteis ni le creísteis».
Mateo 21, 28-32