Fuente: ALFA Y OMEGA
XXV
Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
«Los
mandó a la viña»
Continuando con las parábolas en las que Jesús
explica cómo es el Reino de los cielos, este domingo el Evangelio nos presenta
a Dios como al propietario de una viña a la que nos invita a trabajar. Con ello
descubrimos una vez más que el Señor ha querido acercarse al hombre hasta tal
punto que ha querido contar con nosotros como colaboradores en su tarea de
salvación. Una de las impresiones que causa una primera lectura de este pasaje
puede ser el desconcierto al descubrir que la lógica de Dios no se corresponde con
la nuestra, pues los planes de Dios no siempre se corresponden con los
nuestros, tal y como señala la primera lectura, del libro de Isaías. Un segundo
factor que interviene en esta parábola, y que en este año hemos visto a menudo,
es el paso del tiempo como ocasión de salvación. A través de la presentación de
una escena idéntica en varios momentos del día, Jesús nos muestra que mientras
vivimos tenemos la oportunidad de que el Señor entre en nuestra vida de un modo
nuevo; asimismo, no podemos pensar nunca, por una parte, que hemos sido
olvidados por Dios o, por otra parte, que el Señor considera a determinadas
personas incapaces de beneficiarse de su salvación.
Estaban sin trabajo
Produce cierta tristeza en la parábola la imagen
de quienes aparecen parados, sin trabajo: «Nadie nos ha contratado». La acción
del dueño de la viña de incorporarlos al grupo de sus jornaleros sirve para
entender varias cuestiones. La primera es que Dios no quiere dejar a nadie
fuera de su salvación. El Señor no deja de buscar a nadie, independientemente
de la situación en la que se encuentre, por muy difícil que sea o por mucho
tiempo que haya pasado. Se está anunciando de esta manera la universalidad de
la salvación. La segunda es el modo en el que aparece la misericordia divina.
El Señor no pide explicaciones a quienes han sido descartados por otros
propietarios para trabajar. No indaga en los antecedentes de las personas con
las que se encuentra, no le importan las causas objetivas o subjetivas que han
impedido hasta ahora ponerse a trabajar. En definitiva, la actuación de Dios
supera un modo de razonar meramente humano y calculador.
Ajustados en un denario
El punto más llamativo de la parábola es la
reacción de quienes han sido contratados a primera hora al comprobar que van a
recibir el mismo salario que los que han sido llamados al final del día. En
efecto, desde el punto de vista de la justicia distributiva, a más trabajo
correspondería mayor ganancia. Sin embargo, el planteamiento de Jesús en la
parábola no se detiene en un razonamiento económico, sino que fija la atención
en cómo se realiza la salvación de Dios. El denario que reciben todos por igual
significa la vida eterna a la que todos estamos llamados a disfrutar tras
trabajar el tiempo que haya sido en la viña del Señor. Puesto que san Mateo
escribe el Evangelio a cristianos procedentes del judaísmo, está señalándoles
que también los incorporados a la fe desde el paganismo han sido escogidos por
Dios para participar en la vida nueva que Él les ofrece. Por otros episodios
evangélicos conocemos la dureza del Señor ante quienes se creen justos y la
cercanía con aquellos que, viviendo en una situación de pecado, se muestran
abiertos a abrirse a la misericordia divina. La autoinvitación de Jesús a comer
en casa de Zaqueo, la parábola del fariseo y el publicano, o el perdón a la
pecadora pública nos dan sobrada cuenta de ello. Y es que frente al límite
humano, en todos los sentidos, cuando el hombre es capaz de reconocer el amor
ilimitado e incondicional que procede de Dios, es capaz de superar la propia
finitud; al mismo tiempo, quien recibe amor, perdón o misericordia sin límites
podrá transmitir a los demás sin cálculo aquello que ha recibido.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos se parece a un propietario
que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse
con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a
media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id
también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido». Ellos fueron. Salió de nuevo
hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y
encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero
sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id
también vosotros a mi viña». Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama
a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por
los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también
recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el
amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a
nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no
te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y
vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para
hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy
bueno?”. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
Mateo 20, 1-16