Fuente: CATHOLIC.NET
XXIII
Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
La
experiencia de la comunidad cristiana
¿Por qué me tengo que preocupar de lo que hacen los demás
en un mundo que nos apunta a hacer las cosas nosotros solos, a preocuparnos de
nuestros asuntos sobre todo lo demás y a comprometernos con nadie más que
nosotros?
La pregunta se hace palpable cuando nos encontramos con las dificultades de los demás a nuestro alrededor. No podemos vivir solos porque nos topamos con la gente y sus problemas. Desde que nacemos nos encontramos rodeados de personas, en primer lugar, de nuestros hermanos que, como son parte de la familia, nos toca cuidar de algún modo. Este cuidado surge del hecho que somos hermanos, vivimos en la misma casa y, sobre todo, por el amor y la estima que nos tenemos. Este sentimiento de ser hermanos se da porque primero somos hijos, hecho que no podemos olvidar al ser la primera cosa de la que somos conscientes. Del hecho que podemos decir que somos hijos también proviene el ser hermanos.
Dentro de la comunidad cristiana, cada persona desempaña un rol diferente y hay algunos que, por don de Dios, se les ha dado el poder de perdonar los pecados en nombre de Cristo, por lo que este perdón no es solo en la tierra, sino que también se siente en el cielo.
De estas dos experiencias que son el hecho de sentirse hijo y hermano y el perdón de Dios, nos viene la tercera que es de igual manera especial. Es la de tener la presencia de Dios por medio de la comunidad que es capaz de comunicar el mensaje y la presencia de Dios. No es solo estar juntos, sino que se note el amor de Cristo que se encarna en la comunidad.
«Como enseña Jesús, no ha sido suficiente que dos partes se acercaran, dialogaran; ha sido necesario que se incorporaran muchos más actores a este diálogo reparador de los pecados. “Si no te escucha [tu hermano], busca una o dos personas más”, nos dice el Señor en el Evangelio. Hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No se alcanza con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos políticos o económicos de buena voluntad. Jesús encuentra la solución al daño realizado en el encuentro personal entre las partes. Además, siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva».
(Homilía de S.S. Francisco, 10 de septiembre de 2017).
La pregunta se hace palpable cuando nos encontramos con las dificultades de los demás a nuestro alrededor. No podemos vivir solos porque nos topamos con la gente y sus problemas. Desde que nacemos nos encontramos rodeados de personas, en primer lugar, de nuestros hermanos que, como son parte de la familia, nos toca cuidar de algún modo. Este cuidado surge del hecho que somos hermanos, vivimos en la misma casa y, sobre todo, por el amor y la estima que nos tenemos. Este sentimiento de ser hermanos se da porque primero somos hijos, hecho que no podemos olvidar al ser la primera cosa de la que somos conscientes. Del hecho que podemos decir que somos hijos también proviene el ser hermanos.
Dentro de la comunidad cristiana, cada persona desempaña un rol diferente y hay algunos que, por don de Dios, se les ha dado el poder de perdonar los pecados en nombre de Cristo, por lo que este perdón no es solo en la tierra, sino que también se siente en el cielo.
De estas dos experiencias que son el hecho de sentirse hijo y hermano y el perdón de Dios, nos viene la tercera que es de igual manera especial. Es la de tener la presencia de Dios por medio de la comunidad que es capaz de comunicar el mensaje y la presencia de Dios. No es solo estar juntos, sino que se note el amor de Cristo que se encarna en la comunidad.
«Como enseña Jesús, no ha sido suficiente que dos partes se acercaran, dialogaran; ha sido necesario que se incorporaran muchos más actores a este diálogo reparador de los pecados. “Si no te escucha [tu hermano], busca una o dos personas más”, nos dice el Señor en el Evangelio. Hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No se alcanza con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos políticos o económicos de buena voluntad. Jesús encuentra la solución al daño realizado en el encuentro personal entre las partes. Además, siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva».
(Homilía de S.S. Francisco, 10 de septiembre de 2017).
Señor, que pueda experimentar tu amor, presente en mi
familia y amigos; que pueda sentir tu amor cada vez que me perdonas en el
sacramento de la confesión y que sepa que estás presente en mi vida cuando
encuentro gente que me ayuda a ser mejor y acercarme a ti.
Leonardo Garzón, L.C.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
“Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás
salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos
personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos.
Pero si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le
hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano.
Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Yo les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.
Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Yo les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.
Mateo
18, 15-20